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ALEKSANDR SERGEEVICH YAKOVLEV
 
"LA META DE MI VIDA"
 

 

EN EL ESTE

 

En el nuevo lugar no nos detuvimos mucho tiem­po.

 

El Comité de Defensa del Estado me envió a una ciu­dad siberiana donde había una gran fábrica de maquinaria adaptada para la producción de aviones. Se me encargó organizar a la mayor brevedad en esta fábrica la producción de cazas.

 

EI 29 de octubre de 1941, en un avión Douglas, volé con mis ayudantes a través de Orenburgo a Siberia. Al otro día aterrizamos a las ocho de la mañana en el aeródromo de la fábrica donde nos recibieron el director, el ingeniero jefe y el secretario de la organización del Partido. Del aeródromo salimos directamente para los talleres de la enorme empresa con sus naves de hormigón, acero y cristal que ocupaban un vasto territorio.

 

Quiero dar al lector aunque sea una noción esquemática de una fábrica de aviación en serie. Ocupa un extenso terri­torio. En decenas de talleres trabajan obreros de los más diversos oficios: ajustadores, torneros, fresadores, fundi­dores, carpinteros, hojalateros, tapizadores, motoristas, mecánicos, forjadores, pulidores…

 

El avión de guerra es como una concentración de los adelantos de la ciencia y la técnica modernas. Es una má­quina complicadísima. Sólo viéndola sin revestir se puede formar una idea de ella. Aparecerá una inconcebible intrincación de tubos, cables eléctricos, aparatos y mecanis­mos de todas clases.

 

EI caza del periodo de la Guerra Patria pesaba, por término medio, unas tres o cuatro toneladas; por eso es fácil imaginarse la inmensa cantidad de materiales de aviación de todo género que aprovechaba la fábrica. A esta fábrica los materiales se transportan directamente del ramal ferroviario a enormes depósitos especializados. El aluminio y sus aleaciones llegan al depósito de metales no férricos; el acero y el hierro, al de metales férricos; los artículos de caucho al depósito correspondiente y las pinturas y bar­nices, al de artículos químicos.

 

En las inmediaciones de los depósitos se encuentran los talleres de prefabricación donde se procede a cortar los materiales, primera operación para fabricar el avión. Allí, según patrones especiales, se cortan de metal las futuras piezas del aparato, se asierran y cepillan los listones para las piezas de madera, se cortan los tableros de contracha­pado para revestir el ala o el fuselaje, los lingotes para la fragua, las telas, por ejemplo, el lienzo para guarnecer los timones, alerones y otras piezas.

 

El material cortado y preparado llega a los talleres fundamentales. Las piezas que requieren forja son envia­das a la fragua y las que precisan labrado mecánico, a los talleres mecánicos; allí de la varilla de hierro tornean tor­nillos y tuercas, toda clase de piezas de rozamiento y rota­ción del aparato y de fundiciones especiales se hacen las piezas del tren de aterrizaje, de los mandos y del grupo del motor.

 

En el taller de estampado y prensa se estampan las piezas de duraluminio para el empenaje de cola, el capó y el ala, para los depósitos de combustible y aceite. En el taller de ajuste y soldadura se fabrican los bloques de acero y duraluminio para todos los órganos de los aviones.

 

Luego, de los distintos talleres llegan las piezas a los talleres de órganos -fuselaje, alas, empenaje, tren de aterrizaje, capó, etc.- donde con las distintas piezas se producen partes enteras u órganos del avión.

 

Todos los talleres fabrican las piezas en serie, es decir, en grandes partidas, según un gráfico determinado, trazado de antemano.

 

EI gráfico de producción de cada taller es un plan detalladamente elaborado en el que se ha determinado que piezas, en que cantidades y para qué plazo deben ser fa­bricadas.

 

Cada pieza y cada grupo pasan por la sección de con­trol. Los comprobadores del taller examinan minucio­samente la pieza terminada, verifican si corresponde al plano, la pesan para que no rebase el peso establecido, rechazan las que no sirven y ponen su marca en las útiles.

 

De los talleres de grupos las piezas listas, admitidas por el control y pintadas, pasan a los talleres de montaje donde se arman ya grandes partes del avión. EI taller de montaje de las alas coloca en estas los alerones, los flaps y fija el chasis. El taller de montaje del fuselaje instala todo lo necesario para gobernar el avión: dispositivos, aparatos de radio, etc. En el taller de montaje del empenaje se acoplan los planos estabilizadores a los timones de profundidad y de dirección.

 

Una vez listos, las alas, el fuselaje y el empenaje llegan al taller principal de montaje de la fábrica, a la enorme cadena transportadora. Del depósito de piezas ter­minadas se mandan también a este taller los motores, las hélices y las ruedas. Aquí se efectúa asimismo la instalación del armamento en el aparato.

 

Los motores, las ruedas, las armas y los equipos se hacen en fábricas especiales y llegan ya terminados a la cadena de montaje de la fábrica de aviación.

 

El taller de montaje, el fundamental, llamado corrien­temente taller de montaje definitivo, es el más grande, espacioso y alto de la fábrica. La cadena principal de mon­taje se encuentra a lo largo de todo el taller. Es una vía en la que, sobre carros especiales unidos entre sí, se coloca el avión a montar.

 

El camino del montaje del avión está dividido en varias decenas de bancos en cada uno de los cuales se efectúa una operación determinada. En el primero, por ejemplo, se acopla el ala al fuselaje; en el segundo se coloca el motor y toda la instalación eléctrica; en el tercero se pone el capó y la hélice, etc. Para cada operación se concede igual tiempo.

 

A intervalos determinados suena la sirena y se desplaza la cadena. Para este momento cada brigada de montaje debe haber terminado todos los trabajos que le corresponden. Los motoristas deben colocar totalmente el motor y empal­mar todos los tubos de la instalación; los capotistas tienen que poner y adaptar todos los capós, etc. Cualquier retraso podría detener la cadena; por eso aquí impera una rigurosísima disciplina de trabajo. Es agradable contemplar el trabajo exacto y acorde de los montadores en la ca­dena.

 

Bien, ¿y si una brigada no ha podido terminar la ope­ración en su banco? ¿Qué pasa entonces? La cadena no se detiene y el avión inconcluso sigue hasta el fin. Del último banco este avión no pasa a la estación de ensayos de vuelo, al aeródromo, sino es llevado al llamado "pantano". En cada aparato inconcluso se pone un banderín con el nombre de la brigada o del operario culpable de que haya ido a parar al "pantano". Eso se considera una vergüenza para los montadores.  

 

El avión terminado, antes de llegar al aeródromo para los ensayos de vuelo, pasa por el campo de tiro, donde se prueban las armas con cartuchos de guerra y el grupo del motor y la hélice. Por primera vez se pone en marcha el motor del avión. Si las armas y el motor funcionan bien, del campo de tiro el avión pasa al aeródromo donde los pilotos probadores lo elevan al aire.

 

Cada nuevo avión en serie se somete a un programa de ensayos. En veinte o treinta minutos de vuelo el proba­dor debe verificar la velocidad y maniobrabilidad del apa­rato, comprobarlo en las acrobacias de alta escuela y convencerse de su resistencia, seguridad y rapidez. Sólo después de este examen puede ser entregado el avión a un piloto militar.

 

Cada nuevo avión experimental, tras los ensayos fabri­les de vuelo, sufre las pruebas oficiales de Estado que determinan sus cualidades fundamentales y la conveniencia de adoptarlo para el armamento de la Flota Aérea. Mas estas pruebas se verifican en un solo aparato, en el primer ejemplar experimental. Y aunque dan una idea de las cualidades fundamentales del avión, son, sin embargo, in­suficientes para que se manifiesten todas sus características de vuelo al emplearlo en masa en servicios de guerra.

 

Por eso, concluidas airosamente las pruebas oficiales del modelo experimental, adoptado para el armamento e iniciada la producción en serie del avión, se forma una unidad militar en la que se someten dos o tres decenas de esos aparatos, fabricados en serie, a ensayos según el pro­grama completo de combate que tendrán que realizar en el frente.

 

Los aparatos vuelan ya desde un aeródromo de cam­paña no tan bien acondicionado como los fabriles para las pruebas, ni tan lisos además carece de pista de hormigón. Allí no hay hangares y los aparatos están a la intemperie. En suma, que no se prueban ya en condiciones de invernadero. Los pilotos ejecutan en ellos simulacros de com­bate aéreo, asaltos, vuelos de altura y a distancia. EI resultado consiste en que se ponen al descubierto en breve plazo todos los defectos del aparato estos se analizan mi­nuciosamente y el ingeniero constructor procura eliminarlos cuanto antes. Hablando en propiedad, esa labor, encami­nada a suprimir los defectos del avión, no cesa en todo el tiempo que este se mantiene en servicio y combate, empe­zando por las pruebas oficiales, pasando por las del ejer­cito e incluso después de terminadas todas ellas, a lo largo del servicio en campaña prestado por millares de apa­ratos.

 

Sólo pasado algún tiempo, a medida que aumenta el plazo de actividad combativa del avión se ponen de mani­fiesto y se eliminan todos sus defectos, terminando por verse libre de ellos, en realidad, cuando llega el momento de retirarlo de la producción en serie, cuando vienen a sustituirlo otros aparatos más perfectos que, a su vez, tienen que sufrir en un principio la "cura" de las "enfermedades infantiles".

 

Las "enfermedades infantiles" no siempre pueden ser descubiertas en las pruebas oficiales de Estado e incluso en las del ejercito y se manifiestan ya en el proceso de su explotación más o menos masiva. Los pequeños defectos, a veces numerosos, roban mucha atención y energías a los constructores y productores. La eliminación de cada de­fecto no admite dilaciones porque cada día la fábrica lanza más aparatos y, si no se adopta medidas a tiempo, los de­fectos van acumulándose uno tras de otro, creciendo como bola de nieve, y pueden causar serios disgustos.

 

Entre los defectos más extendidos que presentan los nuevos tipos de aviones figuran las pérdidas de todo género a través de tubos y junturas. Por ejemplo, para alimentar de combustible el motor, el avión tiene depósitos de ben­cina. El combustible pasa de estos al motor por tubitos de duraluminio dichos tubitos forma un complejo entrelaza­miento con la estructura del avión. Cuando funciona el motor los tubos de conducción y los propios depósitos de bencina están sometidos a cierta vibración y por eso a veces aparecen en algunos sitios grietas y rendijas y la ben­cina empieza a gotear. Es este un defecto muy peligroso que puede ser causa de un incendio en el avión. Para eliminarlos, en los lugares en que los tubitos sufren más los efec­tos de la vibración se sujetan con mayor fuerza o se sustituyen por otros flexibles.

 

Durante su funcionamiento, el motor desarrolla una gran potencia, desprendiendo enorme cantidad de calor, debido a las altas temperaturas originadas por la combus­tión de la bencina y el rozamiento de las piezas móviles. Este calor, que alcanza varios millares de calorías, es absorbido por medio del aceite que circula por las pie­zas del motor sometidas a fricción. El aceite se calienta y cede el calor al aire al pasar por el radiador, del cual, una vez refrigerado, vuelve al motor, pasando después al radiador, y así sucesivamente.

 

El radiador, el depósito y los tubos de aceite son sen­sibles a las sacudidas, que ocasionan grietas y fugas de lubricante. Las pérdidas de aceite suponen el fin del avión - ya que sin el lubricante el motor y todas sus piezas de rozamiento se deterioran e inutilizan rápidamente.

 

Los tubos y radiadores para el agua, hechos de delgados tubitos de cobre o de aluminio, también resisten mal las trepidaciones y sacudidas. En una palabra, hasta que el aparato no ha sido bien "zarandeado", es decir, hasta que todas sus piezas no se han comprobado en funcionamiento prolongado todos los sistemas mencionados de refrigera­ción, engrase y alimentación son muy propensos a "enfer­medades infantiles".

 

Cada avión tiene muchos diversos sistemas de dirección, por ejemplo, el mecanismo de repliegue del tren de aterri­zaje en vuelo, que funciona con aire comprimido gene­rado por una instalación compresora en miniatura. Basta la más mínima grieta en el delgado tubito por el que llega el aire comprimido para que el piloto no pueda recoger el tren de aterrizaje en vuelo o, todavía peor, no pueda extenderlo al aterrizar.

 

Existen muchos más contratiempos que acechan al cons­tructor a cada paso. Pero ello es casi ineludible para cada avión que entra en servicio.

 

He descrito el esquema de la producción en serie de aviones, mas la fábrica siberiana donde llegue por encargo del Comité de Defensa del Estado lamentablemente se encontraba muy lejos de dicho esquema. Hacía ya casi un año que le habían confiado la tarea de producir cazas LaGG-3, pero los trabajos para lanzar este avión se encontraban en un estado muy deplorable.

 

Cuando nosotros llegamos, la fábrica estaba abarrotada de aviones sin terminar. Todos los talleres, no sólo el de montaje, se habían convertido en "pantanos". En los últimos meses no se entregaba ningún aparato listo para el combate.

 

EI director y el ingeniero jefe estaban desconcertados y aunque, por ser la primera vez, les hice preguntas de carácter muy general, en sus contestaciones se echaba de ver una clara impotencia.

 

Para orientarnos y comprender las causas de la situación creada, tuvimos que estudiar con el mayor detenimiento du­rante varios dias el estado de las cosas, recorrer los talleres y conversar con los jefes, contramaestres y obreros. Luego se decidió convocar la primera reunión de dirigentes, incluyen­do a los jefes de taller, y cambiar impresiones con ellos.

 

A mi modo de ver, la causa de la situación creada estaba en el bajísimo nivel de preparación tecnológica de la pro­ducción. La ilustración más elocuente era el taller de montaje definitivo. Allí los aviones se montaban en bancos permanentes y todas las operaciones -desde la primera hasta la última- se realizaban en un mismo sitio, en lo fundamental por las mismas brigadas o por brigadas que pasaban de un banco a otro. EI carácter de la producción era artesano: ni olía a producción en cadena o en línea de transferencia. La situación era análoga en los talleres de órganos: en el de alas, fuselaje, empenaje, etc. Allí también todos los trabajos se efectuaban en bancos fijos. Los menores retrasos y defectos en cada banco iban creciendo como bola de nieve hasta el punto de ser imposible desterrarlos.

 

En los bancos del taller de montaje se encontraban varias decenas de aviones en distinto grado de preparación. Cada uno poseía alguna imperfección, le faltaban piezas o aparatos. Uno no tenia alerones, otro, la ametralladora, el tercero, los radiadores de aceite; el cuarto, los tubos para los radiadores; el quinto, unos aparatos.

 

Por supuesto, con el montaje escalonado, por falta general de aparatos, radiadores y otras piezas, también se habrían producido menos aviones de los que correspondían según el plan, pero de todos modos habría salido cierto número de aeroplanos. Aquí ocurría que a un avión le fal­taba una cosa, a otro, otra y, en definitiva cuenta, no podía ser entregado ni uno solo. No había dónde montar nuevos aparatos: los bancos estaban ocupados.

 

En el taller de montaje no existía el orden más ele­mental. No se sabe por qué se retrasaba el montaje de los aviones colocados en los bancos cerca de la salida del taller y se les adelantaban los que estaban en los bancos más alejados. Había que hacer continuas mudanzas y todo esto imposibilitaba del todo la marcha normal de los trabajos.

 

Era una desorganización total conocida en la industria con el nombre de producción incompleta. Más justo sería decir que era simplemente el caos en la producción.

 

Se había llegado al extremo de llevar del taller al aeródromo los aparatos inconclusos con la esperanza de que allí los terminasen o eliminasen los defectos. El resultado fue que en el aeródromo se acumularon varias decenas de aparatos que ofrecían un espectáculo muy extraño. Por ejemplo, sobre los chasis estaban los fuselajes listos y al lado, en el suelo, yacían las alas sin terminar. A un avión le faltaba la hélice, a otro, no se sabe porque, le habían quitado el empenaje horizontal, otro tenía un caballete en vez de la pata derecha del tren de aterrizaje.

 

Para colmo, inesperadamente y, como suele suceder, sin previo aviso se echó encima el riguroso invierno siberiano. La desordenada aglomeración de aviones se cubrió de una capa de un metro de nieve. El aeródromo parecía un cemen­terio. De los montones de nieve sólo sobresalían los morros y las colas de los aviones.

 

Hubo que organizar verdaderas excavaciones. Las alas y las piezas menudas de aviones que estaban en el suelo las buscaban con tientagujas, pero no todo se logró encon­trar y muchas cosas aparecieron sólo en la primavera del año 1942 cuando se derritió la nieve. Los receptores militares y los pilotos de las unidades del frente, que llegaban para hacerse cargo de los aviones, corrían furiosos por la fábrica, pero no podían conseguir nada.

 

Y todo esto ocurría en días tan increíblemente difíciles para el país en que cada caza se valoraba literalmente a peso de oro, en que el frente exigía, pedía y suplicaba que le entregasen más aviones y nuestras tropas terrestres mira­ban al cielo y preguntaban: "¿Pero dónde están nuestros aviones? ¿Dónde está nuestra aviación?" y a veces dirigían a los pilotos expresiones nada lisonjeras cuando los pilotos no tenían culpa de nada.

 

Saltaba a la vista la debilidad de la dirección técnica de la fábrica. No era difícil comprender que en aquellas condiciones no había posibilidad de dar aviones al frente y menos aún en la cantidad que pedía el Gobierno. Hubo que insistir en la sustitución inmediata del ingeniero jefe y recomendar para este puesto a Artiom Ter-Markarián, que trabajaba en otra fábrica. Ter-Markarián era un ingeniero enérgico y avanzado que conocía su oficio a la perfección.

 

En vísperas de las fiestas de Octubre se presentó el secretario del Comité Regional del Partido a quien la direc­ción de la fábrica había jurado un mes antes entregar para el aniversario de Octubre treinta aviones LaGG-3, pero, con la situación creada, no había entregado ni uno. ¡Había que ver lo que hacía sufrir todo esto al personal de la fá­brica!

Entre tanto, la situación se complicaba cada día. Lle­gaba sin parar la maquinaria de las empresas evacuadas. Unas, antes de la evacuación, fabricaban cazas Yak y otras, LaGG. Hubo que organizar sin pérdida de tiempo dos ca­denas: montar la producción del Yak junto a la del LaGG, que ya se construía allí. Por lo que se refiere al primero, podíamos apoyarnos en la fábrica de producción en serie evacuada de Moscú, que había llegado con sus trabajos y reservas para este avión.

 

Hablando en rigor, mi misión en Siberia consistía en montar la producción de aviones Yak. Pero las cosas se complicaron de tal manera que tuve que dedicarme ante todo a poner un orden elemental en la fabricación de aparatos LaGG y luego pasar ya a organizar la producción del Yak

 

Los trenes de la parte europea de la Unión empezaron a llegar a montones. La gente se apeaba en la estación de la ciudad y las plataformas y los vagones con la maquinaria, los materiales y demás técnica eran conducidos al ramal de la fábrica.

 

La recepción de los trenes que llegaban originaba muchos quebraderos de cabeza: los vagones podían estar parados para la descarga no más de tres o cuatro horas. Era necesario dejar libre la vía para los trenes que llegaban de nuevo y mandar inmediatamente el material rodante hacia el Oeste. En el ferrocarril se creaba una tensión extraordinaria.

 

Los dirigentes del aparato fabril que llegaban tenían que incorporarse al trabajo sin pérdida de tiempo, apenas ponían su planta en tierra siberiana.

 

Ibraguim Seidov, nombrado subdirector, me contó un cómico episodio que le ocurrió el primer día que llegó a la fábrica siberiana.

 

Arribó avanzada la noche y se hospedó en el hotel de la fábrica. En la habitación había un teléfono. Fatigado del viaje, después de muchas noches de insomnio, Seidov se echó en la cama. A eso de las dos o las tres de la madru­gada sonó el timbre del teléfono. Seidov tomó el auricular y oyó:

 

- ¿Es usted el camarada Seidov?

 

- Si, yo soy Seidov.

 

- ¿El nuevo subdirector de la fábrica? - Si.

 

- Camarada Seidov, le habla el responsable de turno de la fábrica. Acaba de llegar un tren de carbón. Diga dónde lo ponemos porque todas las vías están ocupadas con car­gamentos.

 

Seidov se quedó dormido un instante, pero el respon­sable tomó su silencio por reflexión. Finalmente, Seidov dijo adormilado:

 

- Llévese ese tren a su casa. Mañana, cuando vaya a la fábrica, veré cómo están las cosas y entonces resolveremos.

 

A la mañana siguiente el responsable dio cuenta de lo sucedido por la noche al director de la fábrica y explicó que el suplente llegado de Moscú... "estaba tocado de la cabeza".

 

El alojamiento de la gente exigía enorme atención. Hay que reconocer los meritos de las organizaciones locales del Partido, de la administración y de los sindicatos; se habían preparado muy concienzudamente para recibir a los trabajadores de las empresas evacuadas. Habían construido confortables barracones. Los evacuados levantaron con sus propias fuerzas doscientos barracones. Los habitantes sibe­rianos del lugar tomaron la parte más entusiasta en la cons­trucción. Se logró con los esfuerzos de todos que cada fa­milia evacuada recibiera una habitación independiente.

 

Pero los trenes seguían llegando sin intervalos, unos tras otros y el número de evacuados resultó allí mayor que el proyectado.

 

Seidov, que respondía del alojamiento de los evacuados, me contó ya después de la guerra el siguiente caso:

 

- En la ciudad habían sido ocupadas todas las escuelas, un teatro a medio terminar, los hoteles, en una palabra, todo lo que se podía ocupar. Y una noche iba a la estación a recibir un nuevo tren y me rompía la cabeza pensando dónde meter a la gente. Pase junto a un cine de la ciudad. Había terminado la última sesión y salía el público. En­tonces se me ocurrió una idea: ¿por qué no alojar en el cine a los que habían llegado en el tren? "Desarmamos" al viejo guarda y ocupamos el edificio. Al otro día se armó un escándalo terrible y a mí me dieron un buen jabón, pero en cambio había colocado a la gente.

 

La oficina de diseños experimentales de Nikolái Polikár­pov fue evacuada también a una de las ciudades de Siberia.

 

El propio Polikárpov me contó en broma la confusión que se produjo en la oficina de diseños una vez que se abrió la puerta y entró solemnemente en la sala un elefante amaestrado. El pobre elefante del Zoo buscaba calor y co­mida y se había metido allí, pero aquel tiempo no era para preocuparse de elefantes.

 

La colocación de la gente y de la maquinaria originaba muchas dificultades, pero lo más complicado fue organizar el funcionamiento normal de la fábrica. En un mismo re­cinto se encontraron cuatro empresas a la vez, llegadas de distintos puntos de la parte europea de la URSS con su personal y sus instalaciones. Cada empresa tenía su director, su ingeniero jefe y su jefe de contabilidad y cada uno quería mandar en su gente y disponer de su material.

 

Al principio cada dirigente suponía que su fábrica se conservaría intacta y que iba a ser dirigida según el es­quema y la estructura existentes antes de la evacuación. Pero eso habría aumentado el caos en que se debatía la fábrica.

 

Por lo tanto hubo que pensar una estructura de organización de la fábrica en la que cada uno de los eva­cuados, comenzando por el director y terminando por los obreros, encontrase su puesto en el sistema general de un organismo de producción único.

Decidimos unificarlo todo, hombres y utillaje.

 

Todas las máquinas fueron colocadas en un grandioso taller mecánico. A los hombres se les distribuyó por los talleres correspondientes según su calificación y especia­lidad.

 

Se formó una dirección única de la fábrica con una sola contaduría, se unificaron también los departamentos de despacho y producción, el aparato del ingeniero jefe y el del tecnólogo principal.

 

La gente comprendía muy bien la situación y por eso dejaba a un lado fácilmente su ambición y amor propio. Varios directores e ingenieros jefes de fábrica propusieron ellos mismos que los utilizasen como jefes de taller, en el departamento del tecnólogo principal o en el aparato del ingeniero jefe. Me maravilló que no hubiera casi nadie que se empecinara y exigiese un nombramiento en consonancia con su rango anterior. A todos les obsesionaba una misma idea: dar al frente el mayor número posible de cazas.

 

Nuestro proyecto se puso en práctica. El éxito de su realización puso de manifiesto las inmensas y tangibles ventajas de nuestro sistema socialista.

 

Me imagino lo que habría ocurrido si en una situación semejante hubieran chocado los intereses de cuatro firmas privadas en las condiciones del mundo capitalista. En cam­bio aquí nuestro sistema y los hombres educados por el Partido permitieron resolver en brevísimo plazo un pro­blema de organización y técnica increíblemente complica­do. En la hora difícil para la Patria se reveló con particular vigor y elocuencia el carácter del hombre soviético. Es verdad que al principio parecía inevitable el conflicto, en el aire se mascaba la tensión: los recién llegados no se conocían unos a otros, cada uno quería recibir el mejor terreno para su fábrica y crear las mejores condiciones para su gente considerando que así se aseguraban mejor los inte­reses de la causa.

 

La situación en la fábrica se complicaba por la confu­sión que introducía con sus métodos de orden y mando el delegado plenipotenciario del Comité de Defensa del Estado (CDE), un general que había trabajado varios años en el aparato de una institución gubernamental y que no había tenido más contacto con la aviación que a través del papeleo de la correspondencia y las conversaciones de ga­binete. Además, este hombre adolecía de una desmedida ambición. Pronto descubrí que no tenía la menor idea de las cosas, pero mandaba en la fábrica sin tener en cuenta al director ni al ingeniero jefe.

 

Este delegado me estorbaba a mi también, aunque, como adjunto del Comisario del Pueblo, yo tenía derecho a hacer y deshacer en la fábrica. Surgieron serias discrepancias entre nosotros. Cierta vez, en el momento en que la dis­cusión llegó a su máxima agudeza, el general para apabullarme sacó de la caja fuerte y me enseñó un documento en el que constaba que era delegado plenipotenciario del CDE. El documento llevaba la firma de Stalin. Se creó una situación verdaderamente peliaguda y resolví en la primera conversación que tuviera con Stalin pedirle que retirase al general de la fábrica.

 

Esta conversación tuvo lugar poco después.

 

En el despacho del director se celebraba una reunión de dirigentes de la fábrica a la que asistía el secretario del Comité Regional del Partido. Cuando la reunión estaba en su apogeo sonó una llamada telefónica de Moscú. Tome el teléfono y oí:

 

- ¡Hola¡ ¿qué tal las cosas? ¿Cómo va la fábrica? ¿Aumenta el número de aviones?

 

Explique brevemente la situación, dije que los primeros días habían sido dificilillos, pues llegaron evacuadas a la fábrica cuatro empresas y, como resultado, se habían formado cuatro direcciones y cada una no quería desprenderse de su maquinaria y sus obreros. No tuve tiempo de contar cómo habíamos logrado poner orden cuando Stalin dijo sorprendido:

 

- ¿Pero si les hemos mandado a un delegado del Comité de Defensa del Estado? Su misión es resolver todos estos asuntos. Para eso ha sido enviado. ¿Quién es el dele­gado del CDE?

 

Respondí a esto, sin reparar en la presencia del gene­ral, que el delegado del CDE era un hombre sin experien­cia de la producción, un mal organizador que no había trabajado nunca en las fábricas y al que le era muy difícil salir adelante en la situación creada. No obstante, con ayuda del Comité Regional del Partido, íbamos venciendo poco a poco todas las dificultades.

 

- Necesitamos que no sea poco a poco -oí por el auricular-. ¡Necesitamos que sea inmediatamente! Tenga en cuenta que los cazas nos están haciendo muchísima falta. Esa es la tarea principal. De eso depende la situación en los frentes. Adopte todas las medidas para aumentar cuan­to antes la producción de cazas. Esperamos de la fábrica tres cazas diarios. Considere eso como su tarea fundamen­tal. Recuerde que lo principal hoy son los cazas. Tome todas las medidas que considere necesarias. Actúe resueltamente. Tenemos confianza en usted y le apoyaremos en todo. Necesitamos los cazas como el aire, como el pan. Tenga en cuenta que le hemos enviado allí no sólo como constructor del Yak: usted es adjunto del Comisario del Pueblo, no lo olvide. ¡De usted exigimos cazas!

 

Aseguré a Stalin que el personal de la fábrica haría todo lo que de él dependiera para aumentar al máximo la producción de cazas, que no escatimaríamos esfuerzos para justificar la confianza del Comité Central.

 

Antes de terminar la conversación, Stalin resumió en pocas palabras la situación en los frentes y en nuestra avia­ción, y repitió:

 

- Dennos cazas. Esperamos de ustedes cazas. ¡Eso es ahora lo principal!

 

Literalmente al otro día de esta conversación llegó un telegrama en el que se comunicaba que el delegado pleni­potenciario del CDE era relevado de sus funciones y lla­mado a Moscú y que se me encomendaba a mí el desem­peño de este cargo.

 

La situación se alivió, pero aún restaban no pocas di­ficultades.

 

Como estaba enormemente recargado de trabajo y tenía que resolver los problemas de organización de la fábrica, me quedaba poquísimo tiempo para dedicarme al Yak. Pero el personal de la fábrica moscovita continuaba con la mayor energía trabajando para poner en marcha la pro­ducción del Yak-7. Los talleres mecánico y de prefabrica­ción comenzaron a trabajar para las dos cadenas que fun­cionaban en (los talleres de montaje: en un taller se construía el LaGG y en otro el Yak). La producción paralela y simultánea de dos tipos diferentes de aviones complicaba las cosas, pero no trabajamos así mucho tiempo.

 

En la primera quincena de enero de 1942 volvió a tele­fonear Stalin. Después de interesarse por la marcha del trabajo, comunicó que en el Comité de Defensa del Estado se había decidido pasar la fábrica siberiana por entero a la producción del Yak y entregar a otra empresa la pro­ducción de cazas LaGG-3. Se proponía a la fábrica cesar inmediatamente todos los trabajos relacionados con el LaGG y organizar la producción escalonada de cazas Yak-7.

 

- El Yak y el LaGG se parecen por sus cualidades de vuelo, pero a los pilotos les gusta más el Yak -dijo-. Es más maniobrable y no tiene ciertos defectos que se han descubierto en el avión LaGG-3 durante su empleo en el frente. Dentro de unos días recibirá un documento sobre este asunto y ahora reorganice inmediatamente la produc­ción.

 

Hablando con franqueza, sentí una gran turbación. Podía parecer que yo había ido allí para dar luz verde a mi avión y que por iniciativa propia retiraba de la producción el aparato de Lávochkin cuando en realidad para mi mismo había sido una sorpresa mayúscula el paso de la fábrica a la producción exclusiva del Yak.

 

Confié mis dudas en el acto al secretario del Comité Regional y al de la organización del Partido de la fábrica, pero cuando el personal de la fábrica se enteró de la deci­sión del Gobierno por un telegrama oficial recibido un día más tarde y no por mi conducto, me tranquilice.

 

El 20 de febrero, cuando, merced a los heroicos es­fuerzos del personal de la fábrica, la producción de cazas Yak, se había elevado a tres diarios, volvió a telefonear Stalin. Estaba al corriente de la producción de aparatos, pues cada mañana le dejaban sobre la mesa un parte con la entrega diaria de aviones, tanques, cañones y otros tipos de armamento. Stalin dio las gracias al personal de la fábrica por haber cumplido la tarea que se le había asignado.

 

- Bueno, ahora allí marchan las cosas -me dijo-. Regrese usted, hace falta aquí.

 

Cumplida mi misión, volví a Moscú.

 

Recuerdo con orgullo que tres semanas después de la llegada de los trenes de nuestra fábrica comenzó la producción regular de aviones en el nuevo lugar y que, pasa­dos otros tres meses, no sólo habíamos restablecido, sino también aumentado considerablemente la producción si se compara con la de Moscú. Y al cabo de once meses salían siete veces y media más aviones que antes de la evacua­ción.

 

Lo mismo sucedió en otras fábricas.

 

Cerca de una ciudad del Volga -en la prensa la lla­maban entonces ciudad N- literalmente en vísperas de la guerra habían empezado a levantar las naves de una fábri­ca de aviación. En el momento de ser evacuada allá una fábrica de Moscú los trabajos de edificación se encontra­ban en su apogeo. En julio de 1941 el adjunto del Comi­sario del Pueblo Dementiev y yo llegamos en avión y vimos, el paisaje típico de obras en construcción con carreteras destrozadas e intransitables, montones de material, arma­zones de paredes en unos sitios, fosos en otros. En diciem­bre de 1941 comenzaron a llegar de Moscú al lugar de las obras trenes de evacuados. Los tornos eran colocados y puestos en marcha en talleres sin techo. Comenzó el montaje de aviones con bloques traídos de las empresas evacuadas. A fines de diciembre se terminaron allí los tres primeros aviones de asalto IL-2. El Comité de Defensa del Estado cursó un telegrama a Serguei Iliushin, que estaba allí, y al personal de la fábrica en el que se decía que los IL eran tan necesarios en aquellos momentos "como el aire". Serguei Iliushin contaba el milagro sin precedente que se había obrado en la fábrica. El personal no sólo montó la producción de un tipo de aparato completamente nuevo para él, sino logró sobrepasar el plan inicial de fabricación de aviones IL.

 

Otro ejemplo.

 

Fue en diciembre en 1941. Una fábrica de motores de Ucrania fue evacuada a una ciudad de Siberia; allí no  había ni naves fabriles ni casas para el personal. El mon­taje de motores con partes y piezas que habían llegado junto con los obreros y equipos evacuados se inició en un barracón de contrachapado que se había plantado de prisa y corriendo y cerca del cual se desplegó inmediatamente la construcción de los futuros talleres.

 

Fue muy grande el heroísmo de los hombres que lle­garon de la templada Ucrania a la fría Siberia y en con­tados meses pusieron en marcha la producción de motores de aviación en las naves de la fábrica levantada en los pocos meses del invierno, fabricados totalmente hasta la última pieza en el nuevo lugar.

 

Si alguien hubiera dicho antes de la guerra que se podía trasladar centenares de fábricas del país y montar en plazo tan breve la producción, muchos no lo habríamos creído. Sin embargo, lo que parecía imposible se hizo realidad.

 

El 9 de noviembre de 1941, el Comité de Defensa del Estado aprobó el gráfico de restablecimiento y puesta en marcha de las fábricas de aviación y el plan de producción para diciembre y enero. En los meses de octubre a diciem­bre de 1941, mientras se procedía a la evacuación y a res­tablecer las fábricas, la industria aeronáutica había redu­cido mucho la producción.

 

En noviembre la fabricación de aviones disminuyó más del 70% comparada con septiembre.

 

El mes de diciembre fue increíblemente difícil para nuestro Comisariado del Pueblo.

 

Aquel mes se logró cumplir el plan de producción de aviones en menos de un 40% y el de motores en un 23,6%.

 

Se rompió la cooperación de las fábricas establecida en los años de anteguerra, pues cada fábrica de aviones o de motores estaba estrechamente relacionada con decenas de otras empresas. Se desorganizó el abastecimiento de mate­riales y accesorios. El metal, los aparatos y las piezas que antes se recibían del Donbáss, de la región del Dnieper y de Leningrado había que esperarlos ahora de las fábricas del Este, que también necesitaban tiempo para adaptarse a las necesidades de la aviación.

 

Además, los trabajadores de la industria aeronáutica no sólo debían restablecer las fábricas en el Este y montar una producción tan exacta y delicada como la aeronáutica, sino mejorar sobre la marcha los aviones y motores para que superasen en calidad a los enemigos.

 

Y, no obstante, en conjunto, a pesar del descenso del nivel de producción en los meses de octubre a diciembre, en el segundo semestre de 1941 el promedio mensual de la producción de aviones de combate se duplicó con creces comparando con el primer semestre. He aquí datos exac­tos, publicados en la Historia de la Gran Guerra Patria: en el primer semestre de 1941 se produjeron 322 cazas LaGG-3; en el segundo, 2.141; la producción de cazas Yak-1 fue de 335 y 1.019, respectivamente; la de aviones de asal­to IL-2, 249 y 1.293. En el segundo semestre la producción de bombarderos Pe-2 triplicó la del primero. En total, en 1941 la industria aeronáutica lanzó 15.735 aparatos de todos los tipos.

 

Ya en los primeros meses de la guerra el Partido y el país encomiaron la abnegación de los constructores de avio­nes. Entre agosto y noviembre de 1941, por el ejemplar cum­plimiento de las tareas del Gobierno en la producción de aviones de combate y motores de aviación fueron condeco­radas con la Orden de Lenin las fábricas Nº18 y Nº24. Por sus relevantes progresos en la organización y puesta en marcha de la producción en serie de nuevos tipos de avio­nes de combate fueron condecorados los dirigentes de nues­tro Comisariado del Pueblo y de la fábrica de aviación Nº1. Eran recompensas por lo conseguido, pero nosotros las considerábamos como una prueba de la seguridad del país de que los trabajadores de la industria aeronáutica saldrían con honor de las dificultades y sabrían desplegar en 1942 la producción a pleno rendimiento.

 

En el primer semestre del año 1942 se logró dar cima en lo fundamental a las fábricas de aviación evacuadas. En enero del mismo año la industria produjo 1.039 aviones; en febrero, 915 y en marzo, 1.647. Y es verdaderamente estupendo que en julio la industria aeronáutica produjera ya un 30% más que en los días de paz de junio de 1941, lo que quiere decir que en las condiciones monstruosa­mente difíciles de la contienda se superó considerable­mente el nivel de preguerra.

 

En el segundo semestre de 1942 la industria funcionó con mayor seguridad todavía. He aquí los datos corres­pondientes a la producción de cazas y aviones de asalto: en 1942 se fabricaron 2.431 cazas Yak-7 contra 166 en 1941; la producción de cazas La-5 comenzó en julio de 1942 y llegó a 1.129 aparatos; la de aviones de asalto IL-2 aumentó durante el año en el 470%.

 

Ahora nuestras Fuerzas Aéreas recibían ya refuerzos bastante sensibles. En el segundo semestre de 1941 llega­ban al frente por término medio al mes 1.750 aviones y en 1942 eran ya 2.260.

 

Fue una hazaña.

 

Gracias a http://militera.lib.ru

El texto original en ruso se encuentra aqui

 

HR_LeNoir / HR_Ootoito / HR_Grainovich

 
 

 

 

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