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ALEKSANDR SERGEEVICH YAKOVLEV
 
"LA META DE MI VIDA"
 

 

EL GRAN VIRAJE

 

El 3 de marzo de 1942, cuando regrese de Siberia, el aspecto de Moscú era el mismo que cuatro meses y me­dio antes: los edificios conservaban huellas del enmasca­ramiento, se mantenía el toque de queda y la ciudad se sumía en la oscuridad por las noches. Y, sin embargo, Moscú no era el mismo. Ahora la capital daba la impresión de un combatiente templado en las pruebas. Se percibía en la gente cierta seguridad especial, un aire concentrado. No quedaba ni rastro de los días de la evacuación en octubre en que las fábricas quedaban desiertas y el corazón se lle­naba de congoja.

 

Después de cuatro meses de ausencia, me enfrasque en las necesidades y dificultades cotidianas de nuestra indus­tria. La evacuación había terminado en lo fundamental. En las empresas de aviación evacuadas al valle del Volga y los Urales, igual que en la fábrica siberiana de donde yo había llegado, se montaba la producción en serie de mo­tores y aviones.

 

Los funcionarios del Comisariado del Pueblo, directo­res de fábricas e ingenieros constructores que venían a Moscú hablaban de los plazos verdaderamente fantásticos en que las empresas habían renacido en los nuevos lugares.

 

Por la noche oí por radio el parte del Buró de Información Soviético:

 

"En el curso del 3 de marzo nuestras tropas libraron tenaces combates con el enemigo, rodeando y destruyendo los nudos de resistencia creados por las tropas germano fascistas. Nuestras unidades avanzaron en varios sectores del frente".

 

Recordé los partes de los días en que abandoné Moscú: eran completamente distintos.

 

Ya a comienzos de diciembre de 1941, el Buró de In­formación Alemán comunicaba: "Los círculos alemanes declaran que la ofensiva alemana sobre la capital de los bolcheviques ha avanzado tan lejos que, con unos buenos gemelos, se puede ver ya la parte interior de Moscú".

 

En efecto, la situación de nuestra capital era en­tonces crítica.

 

"Teniendo en cuenta la importancia de los aconteci­mientos que se avecinan, sobre todo el invierno, el mal abastecimiento material del ejercito, ordeno apoderarse a toda costa y en la fecha más próxima de la capital, Moscú", mandó Hitler a sus tropas, que desplegaron el 16 de no­viembre la ofensiva general sobre Moscú.

 

Después de tres semanas de encarnizados combates, las tropas alemanas llegaron a la zona de Kriúkovo, al norte de Moscú, y a Kashira, al sur de la capital. En varios puntos los hitlerianos se encontraban tan sólo a veinticinco o treinta kilómetros, pero, como se sabe, no pudieron con­tinuar el avance. Los detuvo y paralizó la heroica defensa. Los defensores de la capital peleaban con excepcional estoi­cismo y tenacidad.

 

Fue esta la última embestida del enemigo en la primera eta­pa de la guerra. Después sus fuerzas quedaron quebrantadas. La ofensiva "decisiva", pensada por Hitler, se asfixió.

 

No había transcurrido mucho tiempo, pero ¡cómo había cambiado todo!

 

Nuestras tropas pasaron el 5 de diciembre a la contra­ofensiva e infligieron una derrota demoledora a las agru­paciones de choque de los flancos de las tropas fascistas alemanas que intentaban copar Moscú.

 

El 11 de diciembre se tomó Solnechnogorsk; el 15 de diciembre fueron liberados Klin, Istra y Bogorodsk; el 16 de diciembre se rescató Kalinin; el 19 de diciembre, Taru­sa; el 20 de diciembre, Volokolamsk y el 26 de diciembre, Naro-Fominsk. En enero los hitlerianos fueron desalojados de Maloyaroslavets, Liudinov, Medyii y Mozhaisk y luego arrojados de la región de Moscú.

 

En el curso de la contraofensiva nuestras tropas recha­zaron a los hitlerianos en la dirección principal 200-250 kilómetros hacia el oeste.

 

La derrota de los alemanes en el sector de Moscú sepultó el mito de la invencibilidad de los ejércitos fascis­tas alemanes y desbarató todos los planes de una "guerra relámpago".

 

Cambió la situación también en el cielo de Moscú. Ahora al adversario le faltaban fuerzas para realizar in­tensos ataques a la capital soviética. Los hitlerianos, tratando de ocultar sus pérdidas a la población alemana, pu­blicaban sistemáticamente "animosos" partes en los que daban cuenta de las incursiones aéreas sobre Moscú y hasta de impactos directos de bombas en objetivos importantes, como, por ejemplo, en el edificio de la Central de Telégrafos, cosa que, en realidad, no ocurrió.

 

La amenaza aérea a Moscú se debilitó hasta el punto de que empezamos ya a pensar en el retorno de algunas em­presas evacuadas. Pero, como por aquel tiempo la maqui­naria trasladada al Este funcionaba a pleno rendimiento, se decidió volver a poner en pie las fábricas redistribuyendo y utilizando las máquinas que habían quedado en Moscú. En poco tiempo se montó en la capital la producción masiva de armamento.

 

Para marzo de 1942 creció la fabricación de aviones y aumentó su llegada al frente. Sin embargo, la aviación alemana conservaba todavía una considerable superioridad numérica, lo cual daba la impresión de que íbamos rezaga­dos también en la calidad de los aviones. Yo mismo tuve ocasión de conversar más de una vez con los pilotos en los primeros meses de la guerra y de observar la perpleji­dad que manifestaban algunos a este respecto.

 

Sin embargo, los aviones de nuevos tipos se incorpo­raban al frente en creciente número. Y a medida que nues­tros pilotos los dominaban y se convencían en los combates aéreos de la superioridad cualitativa de la técnica aviatoria soviética, cambiaban los ánimos. Al regresar de Siberia a Moscú, por los informes oficiales y las cartas particulares de los jefes de las unidades de aviación y de los simples pilotos, comprendí que se estaba operando un verdadero viraje.

 

El 10 de marzo se recibió un telegrama en el que se decía que la víspera siete pilotos nuestros, tripulando cazas Yak-1, habían ganado una batalla aérea peleando con vein­ticinco aviones del adversario. No conocía aún los porme­nores, pero el hecho me conmovió y alegró.

 

Este suceso fue discutido en el Comité del Estado de la Defensa y se dio la indicación de divulgar ampliamente en los periódicos la hazaña de los aviadores.

 

La derrota de los alemanes en el frente de Moscú causó una impresión desconcertante en el mundo entero. Era la alborada de nuestra victoria.

 

La primavera y el verano del año cuarenta y dos se me grabaron en la memoria como los meses de una gigan­tesca tensión de fuerzas de nuestro pueblo. Aunque la ba­talla de Moscú no dejaba lugar a dudas de que, al fin y a la postre, el ejército hitleriano sería totalmente derro­tado, sabíamos bien que el enemigo era todavía fuerte y se preparaba para una nueva ofensiva.

 

Sabíamos, además, que seguía poseyendo superioridad numérica en varios tipos de armamento, como, por ejemplo, en aviones.

 

Es verdad que en los meses de abril y mayo de 1942 empezó a mejorar paulatinamente nuestra situación en lo tocante a los cazas. Las fábricas evacuadas en el Este aumentaban, aunque poco a poco, la producción de apara­tos. Además, nuestras grandes fábricas de cazas, situadas en el Este que no habían tenido necesidad de evacuarse, aumentaron considerablemente la producción si se compara con el nivel de anteguerra. La producción de aviones de asalto crecía también sin cesar y, de este modo, en el frente se hizo sentir la ayuda.

 

Por lo que se refiere a los bombarderos, la situación todavía dejaba que desear debido a que las fábricas tras­ladadas al Este no habían restablecido aún la producción diaria de aviones de antes de ser evacuadas.

 

En abril de 1942 nos llamaron al Cuartel General al Comisario del Pueblo, a Iliushin y a mí. Asistieron, además de nosotros, el mariscal Golovánov, comandante en jefe de la aviación de gran radio de acción, y el general Zhu­ravliov, comandante en jefe de la defensa antiaérea. Stalin nos preguntó si podían ser armados los cazas como bom­barderos colgándoles bombas bajo las alas. Se planteaba la tarea de reponer temporalmente por lo menos la escasez de bombarderos en nuestra aviación.

 

Casi todos los presentes, menos yo, respondieron afir­mativamente.

 

Seguramente yo no comprendía entonces to­da la gravedad de la situación y me oponía como cons­tructor, los sujetadores de las bombas y las propias bombas empeorarían mucho la velocidad y maniobrabilidad de los cazas, si se utilizaban los cazas para el asalto de objetivos terrestres, aumentarían mucho las pérdidas de este género de aviones. Expuse mis consideraciones y sugerí adoptar todas las medidas necesarias para aumentar la producción de aviones de asalto y de bombardeo.

 

Se entabló una acalorada discusión. Stalin escuchaba atentamente.

 

El mariscal Golovánov dijo que Yákovlev exageraba las dificultades, que en realidad no era tan complicado adap­tar el armamento de bombardeo a los cazas: esta opera­ción no aumentaría mucho el peso de los cazas ni empeoraría sus cualidades y, en cambio, estos tendrían la posi­bilidad de bombardear.

 

Al calor de la discusión me enardecí y dije con aspe­reza a Golovánov:

 

- ¿Que entiende usted de estas cosas? ¡No se meta como yo no me meto a resolver sus problemas de operaciones!

 

Stalin me interrumpió, llamándome al orden:

 

- ¿Por qué grita usted así? ¿Quien le ha permitido gritar aquí? ¿Y qué derecho tiene usted a gritarle?

 

Yo mismo comprendí que me había acalorado, que había tenido una falta de tacto con Alexandr Golovánov, hombre a quien yo estimaba, mas, lamentablemente, tarde caí en la cuenta. Este justo reproche se me grabó en la memoria.

 

Se decidió armar los cazas como bombarderos. Muy pronto me convencí de que mis objeciones eran infunda­das: el armamento de bombardeo de los cazas fue muy útil en el frente.

 

Después de la derrota de Moscú, Hitler se vio obligado a renunciar a sus planes, tanto de golpe frontal directo a la capital como de atenazarla desde la dirección de Ka­linin-Volokolamsk-Tula. Durante el invierno del año 1941-42 el mando alemán acumuló sus fuerzas, completó las maltrechas divisiones y unidades de infantería, tanques y aviación y en la primavera de 1942 lanzó todo el poderío de su ejército desde Ucrania, a través del meandro del Don, hacia el Volga y el Kubán para cortar y apoderarse del Cáucaso Septentrional y Bakú y privar así de combus­tible a nuestros aviones, tanques y automóviles.

 

La batalla de Stalingrado comenzó a mediados de julio de 1942. Las tropas alemanas llegaron a las inmediaciones de la ciudad e irrumpieron en sus suburbios.

 

Se trabaron sangrientos combates por cada calle, por cada edificio. Los defensores de la ciudad se alzaron cual férrea muralla. Los hitlerianos sufrieron tremendas bajas en todas las armas, pero no lograron arrojar al Volga a los bravos y heroicos defensores. Nuestras tropas contuvieron la acometida de un ejército de más de medio millón de hombres armados hasta los dientes.

 

Los hitlerianos lanzaron en apoyo de las tropas terres­tres las mejores fuerzas de su aviación, en particular la IV Flota Aérea Alemana de Richthoffen. Los alemanes concentraron en esta dirección más de 1.200 aviones. Eran tres o cuatro veces superiores en número a nuestra avia­ción. Además, el parque de nuestro VIII Ejercito Aéreo que defendía la ciudad estaba formado, en un 75%, por aviones de modelos anticuados, entonces había poquísimos nuevos, tipo Yak-1, Pe-2 e IL-2.

 

El mariscal A. Eremenko, jefe del frente, atestigua en sus memorias:

 

"En los combates por Stalingrado nuestra aviación actuó en condiciones extraordinariamente difíciles. Estas dificul­tades se explicaban por el dominio del adversario en el aire al comienzo de la batalla, como confirman los siguientes datos: en septiembre el enemigo tenía 900 aviones de pri­mera línea (500 bombarderos y 400 cazas); nosotros disponíamos en aquel tiempo de 192 aviones en buen estado (el parque de aviones contaba en total con 494 aparatos). El 1 de octubre el enemigo tenía 850 aviones y nosotros 373".

 

El mando alemán utilizaba contra los defensores de la ciudad todos los tipos de su aviación, pero su principal arma aérea eran las unidades de bombarderos, especial­mente la escuadra de bombarderos de picado Ju-87.

 

Para asegurar la impunidad de sus bombarderos en el sector del Volga, aplastar nuestra aviación y mantener el dominio en el aire fueron trasladadas de Alemania unidades forma­das con los mejores pilotos de caza, que tenían a sus es­paldas la gran experiencia de la guerra en Europa.

 

Los ases alemanes causaron un gran descalabro a nues­tra aviación de caza. Se creó una situación extraordinaria­mente difícil. Las fábricas aún no enviaban al frente el número necesario de aviones. No podíamos mandar gran­des refuerzos. En los combates de Moscú y Leningrado las fuerzas Aéreas Soviéticas habían sufrido grandes bajas.

 

En el otoño de 1942 el Comité de Defensa del Estado tomó la decisión de aumentar poderosamente la producción de cazas. Los dirigentes del Comisariado del Pueblo y los ingenieros constructores fueron enviados a las fábricas. A mí me mandaron de nuevo a la fábrica siberiana con la misión de adoptar todas las medidas para triplicar la pro­ducción diaria del Yak en el más corto plazo.

 

Cuando llegue al lugar, lo primero que hice fue informar de la situación al Comité Regional del Partido.

 

Al otro día, en una reunión de activistas del Partido de la fábrica, dimos cuenta al personal de las tareas plan­teadas por el Comité de Defensa del Estado.

 

Yo no había estado en la fábrica casi seis meses. Y ahora, al pasar por los talleres, los comparaba involunta­riamente con los del invierno. ¡Cómo se había trans­formado todo, cómo se habían desarrollado aquellos hom­bres! Recordaba el hacinamiento de gente, máquinas e ins­talaciones evacuadas. Del anterior desbarajuste no quedaba ni rastro. Era un organismo de producción que funcionaba rítmicamente. La fábrica se desarrollaba por el camino de la producción masiva de cazas.

 

Se notaba en la gente seguridad y gran entusiasmo la­boral. Lo que más me admiró fue ver que en poco tiempo miles de mujeres, ocupadas anteriormente en trabajos auxi­liares de tercer orden, estaban ahora al pie de las máqui­nas y cumplían trabajos de alta calificación a la par de los hombres.

 

Yo había estado unido a esta colectividad en los meses más difíciles y, como es natural, me alegraba de sus éxitos.

 

Al recorrer la fábrica el secretario del Comité Regional del Partido, el ingeniero jefe Ter-Markarián, el director Lisitsin y yo calculábamos sobre la marcha dónde, cómo y que había que cambiar para triplicar la producción de apa­ratos.

 

Ardía en deseos de cumplir a toda costa la misión que se me había confiado.

 

Y nadie se imaginaba que al mismo tiempo me asaltaban dudas y que a mí mismo me aterraba reconocerlo.

 

Ya en Moscú me había enterado de las terribles pérdidas sufridas por nuestra aviación en el sector de Stalin­grado. Decían, entre otras cosas, que los Yak no soporta­ban los encuentros con los Messerschmitt. Y me acabe de apesadumbrar cuando me telefoneó a Siberia el director de una fábrica que también producía el Yak. Me dijo empa­vorecido que los Yak ardían.

 

Se oía muy mal y no logre enterarme de los pormeno­res. Lo único que recuerdo es que dijo: "Los Yak arden".

 

Este terrible pensamiento me taladraba el cerebro.

 

No podía confiar mis dudas a nadie: eso habría enfriado el entusiasmo de la gente, se habría reducido el ritmo del trabajo, sembrado la inseguridad e impedido cumplir la tarea del Gobierno. Expuse mi inquietud solamente al secretario del Comité Regional, pero él, claro está, no podía consolarme en nada. Lo único que me dijo fue: "Usted tiene una tarea, hay que cumplirla. Allá, en las altas esfe­ras, no pueden desconocer eso".

 

Resolví telefonear al Comisario del Pueblo y pedirle consejo. Pero se anticipó a esta conversación un telefo­nazo de Moscú. Me llamaron por el teléfono del Gobierno. Al otro extremo de la línea se encontraba Stalin. El Comité de Defensa del Estado necesitaba datos del aumento de la producción de aviones Yak en la fábrica.

 

Conté cómo había respondido el personal de la empresa a la tarea planteada por el Gobierno, informe en pocas palabras de las medidas adoptadas para aumentar podero­samente la producción de cazas, y añadí:

 

- Me han dicho que en los combates aéreos con los hitlerianos los Yak arden. ¿No será un error desplegar tan ampliamente la producción en serie de estos cazas?

 

Y referí mi conversación con el director que me había telefoneado, dije que todos los Yak salían derechos del aeródromo de la fábrica para el frente y que en los pri­meros servicios, según me habían dicho, eran derribados por los Messerschmitt.

 

Stalin respondió que el Alto Mando poseía otros datos sobre los Yak y propuso aumentar por todos los medios su producción.

 

Esta conversación me tranquilizó; se la conté al Secre­tario del Comité Regional.

 

Estuvimos dos días sin salir de la fábrica estudiando las medidas que nos permitieran incrementar la produc­ción. Era un plan técnico ambicioso; su autor y su alma fue Artiom Ter-Markarián. En la preparación del plan tomaron parte además los máximos dirigentes técnicos de la fábrica, todos los jefes de taller, contramaestres y jefes de brigada. Se puso rumbo resueltamente a profundizar la especializa­ción y escalonar más la fabricación de las piezas del avión.

 

Nos propusimos pasar a la gran producción en serie de todos los bloques sin excepción. Para ello había que proce­der a cierto replanteamiento de los talleres y traslado de la maquinaria. Era preciso reducir al máximo los trabajos manuales y hacer cada pieza, por minúscula que fuese, se­gún un dispositivo especial, plantilla, gálibo o modelo.

 

Requería grandes esfuerzos la formación de reservas que permitiesen a los talleres trabajar rítmicamente y no depender de una pieza o aparato deficitario.

 

La reestructura de la producción se complicaba por el paso a la fabricación de un nuevo aparato. La fábrica había recibido los planos de nuestra oficina de diseños para pasar del Yak-7 a un caza más perfecto, el Yak-9. Este aparato era de modelo sumamente sencillo y se adaptaba para ser fabricado en tiempos de guerra. Casi todos los materiales necesarios para producirlo se fabricaban en Si­beria: el fuselaje se hacía de tubos de acero producidos en las fábricas metalúrgicas locales y las alas, que eran de madera, de pino siberiano. En el avión se utilizaba un mínimo de duraluminio; el país experimentaba entonces una gran escasez de este material, pues no se podía contar con los complejos de aluminio del Dnieper y el Vóljov y en los Urales sólo se comenzaba a montar su producción.

 

La fábrica experimentaba entonces las mayores dificul­tades para recibir piezas de fuera. Con el fin de no depen­der de las empresas proveedoras, que también pasaban sus apuros, se instalaron en el recinto de la fábrica pequeñas empresas para producir aparatos de radio, eléctricos, etc. En Siberia se montó hasta la producción de ruedas de aviones.

 

Gracias a las medidas adoptadas y a la gran ayuda del Comité Regional del Partido, pasado un mes abandone la fábrica completamente seguro de que la tarea del Comité de Defensa del Estado seria cumplida.

 

Al poco tiempo la fábrica empezó a lanzar veinte aparatos diarios.

 

De regreso en Moscú, me entere de la fuente de los rumores de que los Yak ardían. Resulta que por orden de Goering habían sido trasladados al sector de Stalingrado los ases del grupo de la defensa antiaérea de Berlin, la fa­mosa escuadrilla As de bastos, integrada por los pilotos más duchos de la aviación de caza de Alemania. Los hitlerianos debían andar mal de reservas porque desguarnecieron la defensa de su propia capital. Pero nosotros también pasá­bamos dificultades. A los ases alemanes les hacían frente en Yaks pilotos jóvenes en su mayoría, recién salidos de una escuela de vuelos, llenos de entusiasmo, pero no fo­gueados todavía. Muchos de ellos entraban en liza con los expertísimos pilotos alemanes poco menos que desde el banco de la escuela. Además, en aquel tiempo los hitleria­nos poseían superioridad numérica en cazas.

 

Para conseguir el viraje, nuestro mando formó en el 16 Ejercito Aéreo varios regimientos con los mejores pilo­tos de caza. Uno de estos regimientos lo mandaba el co­mandante Kleschev. Estos pilotos tenían ya la experiencia de haber luchado con los hitlerianos en el frente de Moscú y en otros sectores.

 

El mencionado regimiento recibió aviones nuevecitos Yak-9, de la fábrica siberiana, que acrecentaba cada día la producción de estos aparatos.

 

Serguei Rudenko, jefe del Ejercito Aéreo, solía visitar personalmente la fábrica que suministraba cazas Yak al frente. Con sus consejos contribuía mucho al aumento -en cantidad y calidad- de cazas Yak-1.

 

Y llegó el momento que todos esperábamos con impa­ciencia: ¡en el cielo de Stalingrado empezaron a arder los Messerschmitt!

 

Nuestros gloriosos pilotos, tripulando cazas Yak-1 y Yak-9, conquistaron muchas magnificas victorias, bajaron en seguida los humos a los ases alemanes y los jóvenes aviadores se convencieron de que los aparatos soviéticos, en manos de hombres capaces, eran superiores sin discu­sión a los del enemigo.

 

La batalla aérea cobró proporciones inauditas. Y costó cara a los hitlerianos. Nuestros cazas aumentaban cada día el número de aparatos derribados.

 

La mayoría de los ases hitlerianos encontró la muerte en estos combates aéreos. Fue derribado también el conde Eichenhausen Mehre as alemán.

 

Las pérdidas de los hitlerianos eran tan grandes que tuvieron que trasladar al sector de los combates unidades de aviación de lugares bastante alejados, entre ellos el VIII Cuerpo Aéreo, subordinado directamente al Alto Mando alemán y hasta unidades de aviación de la isla de Sicilia. Los hitlerianos se vieron obligados a enviar también varias unidades de aviación de los frentes del Centro y de Leningrado.

 

Pero tampoco eso les sirvió. El cielo de Stalingrado se convirtió en una grandiosa carnicería para la aviación fascista.

 

Nuestros pilotos, tripulando aviones de asalto IL-2, cuya producción aumentaba sin cesar, causaban tremendos des­calabros a las tropas terrestres. Estos aparatos hacían im­pacto certero en los objetivos enemigos, para ellos no había mal tiempo que les impidiese volar, a excepción de la nie­bla. Buscaban los objetivos en el laberinto de las calles de Stalingrado donde se habían atrincherado los hitlerianos.

 

El conocido piloto Gueorgui Baidukov, que tomó parte en las travesías de Chkálov y mandó durante la guerra una gran unidad de aviones de asalto, dijo atinadamente de los IL:

 

"Parece ser que todas las armas se han acostumbrado ya a la aviación. Cada jefe  - lo mismo si es de tanques que de artillería y, sobre todo, de infantería - mira a menudo preocupado al cielo y, suspirando a veces, dice con pena: ‘!No volarán por la niebla!’

 

En efecto, la niebla es la única que impide operar a los aviones de asalto, esforzados faeneros de los combates y escaramuzas de cada día. Cuando la nebulosidad es baja o llueve a cántaros, pequeños grupos de IL, pegándose a la tierra, vuelan a golpear a los fascistas.

 

Nieva copiosamente, la visibilidad no alcanza más allá de dos kilómetros y las nubes están por debajo de los cin­cuenta metros, pero los acorazados aéreos vuelan al asalto de las tropas enemigas. Vuelan sin reparar en el mal tiem­po y en el intenso fuego del adversario. Vuelan solos, sin escolta de cazas. Vuelan incluso cuando el bombardero co­rriente no puede cumplir la misión. En tales días se dice: ‘No importa, hoy actuarán los Ils’.”

 

Y por las noches no daban sosiego a las tropas fascis­tas los pilotos de la aviación ligera en aviones Po-2. Se acercaban silenciosamente a poca altura y en vuelo rasante a los objetivos indicados y tiraban a los fascistas pequeñas bombas.

 

Al principio los hitlerianos llamaban al avión Po-2, entre despreciativa e irónicamente, "russ-fournier" ("chapa rusa"). Tenían razón en que el Po-2 era realmente un apa­rato hecho de madera (fundamentalmente de chapa), fo­rrada de lona. Antes de la guerra a nadie se le habría ocu­rrido que pudiera ser utilizado en el frente para otros fines que como avión de enlace. Porque, en efecto, era un apa­rato lento, de bajo techo y no estaba armado. Era bueno para los primeros pasos de un deportista de la aviación o futuro piloto. Por algo lo llamaron "la tortuga celeste" en una popular película homónima. Y, sin embargo, esta "tor­tuga celeste", este "russ-fournier" resultó un aparato muy valioso en la guerra aérea del periodo defensivo. Sus defec­tos se trocaron en ventajas. La pequeña velocidad y poca altura de vuelo permitían al aparato arrojar sin obstáculos y con absoluta exactitud durante la noche su carga de bombas sobre las cabezas del enemigo. Este avioncito, mo­desto trabajador de la guerra, sencillo, nada exigente para los aeródromos, que despegaba de cualquier pista minús­cula, que llenaba sus depósitos con varios baldes de gaso­lina y tomaba tierra en las explanadas menos convenientes, causaba sensibles daños al enemigo. Los fascistas se enfurecían, pero no llegaron a idear los medios de combatir a estas avispas nocturnas que les propinaban dolorosos aguijonazos.

 

Tras extenuar al enemigo y desangrar sus unidades se­lectas, en la segunda quincena de noviembre nuestras tropas pasaron a la contraofensiva y atenazaron férreamente a las fuerzas enemigas del VI Ejército de Paulus y el IV Ejercito de Tanques. Los hitlerianos se vieron preci­sados a pasar a la defensiva. Se trocaron también los pape­les de la aviación. La aviación fascista pasó a la táctica de la defensa y nosotros continuamos desarrollando la del ataque.

 

En noviembre-diciembre de 1942 -periodo del cerco de las tropas de la agrupación del feldmarschall Paulus- el enemigo sintió de veras la potencia de la aviación soviética.

 

Los aviones de asalto machacaban incansablemente a la agrupación cercada. Los cazas destruían día y noche el "puente aéreo" por el que el feldmarschall Manstein, que mandaba a los hitlerianos en el Cáucaso del Norte, inten­taba abastecer de víveres y municiones a las tropas cer­cadas de Paulus.

 

Nuestra aviación organizó un verdadero bloqueo aéreo. Los aparatos de observación y reconocimiento dotados de radio vigilaban día y noche la aparición de aviones de transporte enemigos.

 

Como acredita el general mayor von Buttlar en su libro La campaña de Rusia, "pese a todos los esfuerzos de la aviación y a las abnegadas acciones del personal de vuelo y de las unidades de servicio de los aeródromos, en vez de las 750 toneladas diarias de cargamentos pedidas por Pau­lus y de las 500 toneladas prometidas por Goering, se lograba lanzar por término medio poco más de 100 tone­ladas de cargas diversas".

 

Otro general alemán, Hans Doerr, en el libro La campa­ña de Stalingrado, refiere curiosos pormenores: en 70 días de avituallamiento por aire, el VI Ejercito recibió, por término medio, 94 toneladas de cargamento diarias "en tanto que se necesitaban según cálculos del Estado Mayor, 946 toneladas al día".

 

Nosotros comprendíamos perfectamente la importancia del "puente aéreo" para las tropas enemigas; por eso tra­tábamos de machacar con todos los medios de la aviación y hasta con los tanques los aeródromos alemanes y destruir las bases logísticas de la agrupación de Stalingrado, y lo conseguimos.

 

Recuerdo un episodio de aquel periodo relacionado con la toma del aeródromo de Tatsinskaya por nuestros tan­ques. Un día de finales de diciembre de 1942, a las once de la noche, estábamos el Comisario del Pueblo y yo resol­viendo unos asuntos en el despacho de este cuando tele­foneó Stalin:

 

- Nuestras unidades de tanques se han infiltrado en la zona de la estación de Tatsinskaya, apoderándose de un aeródromo con trescientos aviones alemanes. Estas unida­des no pueden detenerse mucho, tienen que replegarse a otras posiciones y por eso hay que inutilizar en el menor tiempo posible todos los aviones que se encuentran allí. ¿Qué procedimiento nos aconsejan para inutilizar los aviones ene­migos de manera que no puedan ser reparados? Tengan en cuenta que allí no hay especialistas de aviación, no hay más que tanquistas.

Shajurin dijo:

 

- Ahora lo pensaremos y se lo diremos.

 

Nos pusimos a pensar en qué y cómo hacerlo. Repasa­mos distintas variantes: romper los cárters de los motores, pincharlos neumáticos, pegar fuego a los aviones. Pero luego pensamos que no era tan fácil para una persona no versada en aviación incendiar un aeroplano: había que saber a dónde acercarse, donde abrir la espita, soltar la bencina y prenderle fuego. Lo mismo ocurría para romper el cárter del motor: había que levantar el capó y saber dónde asestar el golpe.

 

Al fin y a la postre, llegamos a la conclusión de que lo más seguro era que los tanques aplastasen las colas de los aviones. Destrozando las colas los aviones quedaban inutilizados para largo tiempo.

 

El Comisario telefoneó al Cuartel General y expuso nuestras consideraciones.

 

La verdad es que, como me entere luego, aquella vez los tanquistas no lograron destruir los aviones enemigos, pero, de todos modos, cayeron en nuestras manos pasado cierto tiempo.

 

El 2 de febrero de 1943 la agrupación de Paulus, rodeada por las tropas soviéticas, capituló. Los hitlerianos sufrieron una catastrófica derrota de la que ya no pudie­ron reponerse.

 

Tampoco se pudo reponer la aviación hitleriana. Según escribe el historiador militar alemán Greffrath:

 

"Las fuerzas aéreas alemanas sufrieron cuantiosas bajas durante las operaciones de Stalingrado. En el periodo com­prendido entre el 19 de noviembre y el 31 de diciembre de 1942 los alemanes perdieron alrededor de 3.000 aviones. En este número van incluidos no sólo los derribados, sino también los capturados por los rusos en los aeródromos. Se perdió una enorme cantidad de municiones, así como gran cantidad de material y pertrechos".

 

El viraje a favor de nuestra aviación, que se determinó en el curso de la batalla de Stalingrado, no fue un episodio. La industria aeronáutica de Alemania no podía dar ya el número necesario de aviones para sus Fuerzas Aéreas. En cambio, la industria soviética aumentaba cada día la pro­ducción de aparatos.

 

Después de la histórica victoria del Ejército Soviético en Stalingrado grandes contingentes de nuestras tropas comenzaron la liberación del Cáucaso del Norte ocupado por los hitlerianos. Se desplegaron los combates en la re­gión del Kubán. Por aquel tiempo el frente recibía cada día más aviones.

Nuestra aviación actuaba muy dinámicamente y los alemanes ya no eran los mismos. Hasta el grupo de Richtho­fen, del que tanta propaganda se había hecho, llegó muy malparado a los combates aéreos del Kubán. Las pérdidas de la aviación hitleriana eran tan grandes que ya no podía obstaculizar seriamente el avance de nuestras tropas terres­tres. La disminución de aviones de transporte Ju-52 obligó al enemigo a recurrir a los planeadores remolcados (trenes aéreos formados por un avión remolcador, portador de algún cargamento, que tira además de un planeador de carga).

 

Con la esperanza de salvar a sus tropas en el Kubán, el mando alemán trasladó allí fuerzas aéreas de todos los puntos de donde fue posible. Bombarderos de picado de Túnez y cazas de Holanda mudaron urgentemente sus bases por las de la península de Kerch, pero tampoco eso ejerció gran influencia sobre el curso de las operaciones militares. Ya en los primeros combates nuestra aviación de caza causó grandes pérdidas a los bombarderos de picado procedentes de África. A pesar de sus esfuerzos el enemigo no logró re­cuperar la iniciativa en el aire.

 

Esto determinó un cambio sustancial en la táctica de la aviación alemana. Al comienzo de la guerra los bom­barderos Junkers-87 y Junkers-88, contando con la impuni­dad, volaban a menudo sobre nuestras tropas sin escolta de cazas. Ahora aparecían sólo protegidos por los cazas. Si en el primer periodo de la guerra los bombarderos de picado alemanes se permitían volar incluso solos, ahora sólo se atrevían a aparecer en grupos de veinte o treinta bajo la custodia de otros tantos cazas.

 

Nuestra táctica también cambió. Si antes de la batalla del Volga la misión de nuestra aviación de reconocimiento consistía en descubrir oportunamente los caminos de la ofensiva enemiga, ahora la tarea era completamente distin­ta: establecer a tiempo los caminos de la retirada de los hitlerianos para no darles la posibilidad de hurtar sus tro­pas a nuestro golpe.

 

En la primavera del año 1943 el mando hitleriano em­prende otro intento de recobrar la superioridad perdida en el aire. Para arreglar la tambaleante situación de su avia­ción en los combates aéreos del Kubán los hitlerianos trasladan de Europa Occidental a los aeródromos de Crimea una gran cantidad de aviación de bombardeo y caza y crean en un sector relativamente pequeño del frene soviético-­germano un potente puño aéreo.

 

EI celebre piloto Alexandr Pokryshkin describe así la situación en el aire durante los combates en el Kubán:

 

"En los días de la batalla de primavera el cielo del Kubán era literalmente un hervidero de aviones. Nos batíamos con los alemanes en todas las alturas, desde la tierra hasta el mismo techo. Eran combates aéreos masivos en la plena acepción de la palabra".

 

Por aquel tiempo la calificación de los pilotos alema­nes distaba mucho de ser como en el primer periodo de la guerra. Empezaron a caer prisioneros no lobos del aire redomados que se jactaban de sus victorias en los comba­tes sobre Europa Occidental, sino jovenzuelos novatos mu­chos de los cuales efectuaban solamente el segundo o el tercer vuelo en su vida.

 

Para los pilotos soviéticos las batallas aéreas en el Kubán fueron un examen de madurez. Mostraron que en nuestro país se habían forjado magníficos cuadros de ases del aire. Precisamente en el Kubán revelaron sus brillan­tes dotes héroes pilotos tan famosos como Pokryshkin, los dos hermanos Glinka, Lavrinenkov, Dzúsov y otros mu­chos.

 

EI derrumbamiento de los ejércitos hitlerianos en Sta­lingrado cambió todo el curso de la guerra. A partir de entonces el sino de las hordas fascistas fueron los replie­gues, cercos y copos. El Ejército Soviético comenzó su gran campaña ofensiva que culminó en el Elba.

 

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El texto original en ruso se encuentra aqui

 

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