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ALEKSANDR SERGEEVICH YAKOVLEV
 
"LA META DE MI VIDA"
 

 

EN EL COMISARIADO DEL PUEBLO

 

EI 9 de enero de 1940 ocurrió un acontecimiento que ejerció gran influencia en toda mi labor posterior, sobre todo durante la guerra.

 

Estaba sentado a la mesa en mi despacho de la oficina de diseños redactando un informe sobre la marcha de las pruebas de nuestro caza cuando sonó el timbre del teléfono del Kremlin y me comunicaron que iba a hablar con­migo Stalin.

 

- ¿Está usted muy ocupado? ¿No podría venir ahora? Le necesitamos para resolver un asunto de organización.

 

Llame el auto y a los quince minutos estaba en el Kremlin.

 

- Le están esperando, vaya rápido - dijo Poskrió­byshev.

 

En el despacho, además de varios miembros del Buró Político, se encontraba un hombre rechoncho, de pelo tri­gueño, a quien yo no conocía.

 

Stalin saludó, me invitó a tomar asiento y dijo que el Comité Central había decidido eximir del cargo de Comi­sario del Pueblo de la industria de aviación a M. Kaga­nóvich por incompetente. Stalin dio una característica de Kaganóvich muy poco lisonjera. Se designaba nuevo Comi­sario del Pueblo a Alexei Shajurin. Nos presentaron.

 

- Y a usted hemos decidido nombrarlo suplente del camarada Shajurin. Se dedicará en la aviación a la ciencia y a la construcción experimental.

 

Me quede de piedra. Esperaba cualquier cosa menos este ofrecimiento.

 

Empecé a rehusar. Aduje una infinidad de argumentos que a mí me parecían convincentes y trate de demostrar que no podía desempeñar un trabajo tan importante de dirección, que no podría con él, que carecía de suficiente experiencia.

 

Me respondieron que Shajurin tampoco tenía esa expe­riencia, era secretario del Comité del Partido de la región de Gorki.

 

- Yo soy un diseñador y no un dirigente.

 

- Eso es precisamente lo bueno.

 

- Soy muy joven aún.

 

- Eso no es un obstáculo, sino una ventaja.

 

Trate de demostrar por último que no podía abandonar el trabajo de diseñador, pues no podría vivir sin él.

 

Me contestaron que nadie me obligaba a abandonar este trabajo. El nuevo Comisario del Pueblo me daría todas las facilidades para que pudiera conjugar las obligaciones de vice-comisario con el trabajo en la construcción de aviones.

 

Dije que no soportaría el régimen de trabajo insinuan­do que en el Comisariado del Pueblo se quedaban cada día hasta las dos, las tres e incluso hasta las cuatro de la madrugada a lo que me repusieron que el régimen de tra­bajo podía establecérmelo yo mismo con tal de que las cosas marcharan.

 

Había algo más que me preocupaba: yo era diseñador y en el cargo de vice-comisario para la construcción experi­mental de aviones podía convertirme en la comidilla de la gente: los diseñadores me acusarían de parcialidad, de ce­rrar el paso a otros.

 

Stalin replicó que yo, como responsable de la construc­ción experimental de aviones, en el cargo de vice-comisa­rio estaría interesado en que todas las entidades se desa­rrollasen libremente y rindieran el máximo provecho; si trabajaba concienzudamente crearía posibilidades para el éxito de las actividades de todos nuestros proyectistas. Además volvió a subrayar que nadie pensaba privarme de la posibilidad de trabajar como diseñador. Al contrario, esperaban que siguiera dando buenos aviones.

 

En una palabra, no se aceptó ninguna de mis razones. Pero yo no daba mi brazo a torcer.

 

- Entonces, ¿no quiere ser vice-comisario?

 

- No quiero, camarada Stalin.

 

- ¿A lo mejor quiere usted ser comisario del pueblo? -dijo sonriendo, y preguntó ya en serio:

 

- ¿Usted es comunista? ¿Reconoce la disciplina del Partido?

 

Dije que la reconocía y que si se planteaba la cuestión en ese terreno tendría que someterme, pero sería un acto de violencia.

 

Stalin se echó a reír:

 

- Nosotros no tenemos miedo a la violencia, no nos detenemos ante ella cuando hace falta. A veces la violencia es útil, sin violencia no habría habido revolución. Porque la violencia es la partera de la revolución.

 

Naturalmente, yo me sentía orgulloso de la confianza que depositaba en mí el Partido. Pero en el fondo de mi alma temía sinceramente no justificar esta confianza en un trabajo tan importante y responsable y completamente nuevo para mí.

 

EI 11 de enero de 1940 se publicó una disposición del Consejo de Comisarios del Pueblo de la URSS por la que se me nombraba vice-comisario del pueblo de la industria aeronáutica para la ciencia y la construcción experimental de aviones.

 

A la mañana siguiente subí de dos en dos los peldaños de la escalera principal del Comisariado del Pueblo al ter­cer piso donde tenían sus despachos el Comisario y sus suplentes. Allí ya me habían preparado un gabinete.

 

Muchos pensamientos alarmantes me rondaban entonces por la cabeza.

 

¿Cómo verían mi nombramiento los diseñadores y otros especialistas de nuestra aviación si yo era el más joven de ellos?

 

¿Cómo iba a dirigir a personas de tanto fuste que su sólo nombre me infundía vehemente respeto desde mis tiempos de escolar y aeromodelista? ¿Me escucharían y tendrían en cuenta mis indicaciones?

Y, finalmente, ¿por dónde empezar?

 

Hablando con franqueza, temía que los "consagrados" no me hiciesen caso. Pero se abrió la puerta y en el despacho entró el célebre constructor de cazas Nikolái Polikárpov. Con ancha sonrisa me felicitó por el nombramiento y dijo en tono bromista:

 

- Bueno, camarada jefe, ahora le voy a freír con mis asuntos. No se ofenda, a lo hecho, pecho.

 

-¡Que dice, Nikolái Nikoláevich, no me asuste! No sé por dónde empezar ni cómo salir adelante, la cosa se las trae...

 

- Bueno, bueno, no se haga el chiquito. En caso ne­cesario le ayudaremos - añadió ya en serio.

 

Nos sentamos en unas butacas ante una pequeña mesa redonda y nuestra conversación adquirió la mayor desen­voltura. Había muchos temas que nos preocupaban a ambos y departíamos como dos diseñadores con análogas dificul­tades en el trabajo y con un mismo objetivo.

 

Entró en el despacho el profesor Serguei Shishkin, gran especialista en resistencia de construcciones aero­náuticas, nombrado suplente mío en la Dirección General de Construcción Experimental de Aviones. Nuestra conver­sación se animó todavía más.

 

Trajeron un papel urgente con una resolución del Co­misario del Pueblo. Sonó el teléfono. Asuntos interesantes y nuevos para mi relegaron las dudas e inquietudes de la mañana. Y ya no tenía tiempo de pensar que hacer y por dónde empezar.

 

Al final de la jornada entraron los representantes de la joven generación de diseñadores, los "tres mosqueteros", como los llamaban entonces en broma: Lávochkin, Gorbu­nov y Gudkov. Igual que Polikárpov y yo, trabajaban en aviones del mismo destino: cazas tácticos. Podía esperarse que el encuentro con ellos no transcurriera fácilmente. Sin embargo, resultó que mis "competidores" estaban animados de los sentimientos más amistosos. Hasta me comunicaron algunos de sus "secretos" profesionales sin miedo a que yo les "robase" sus ideas. Era agradable y al final del día recobré el ánimo normal.

 

Por la tarde, cuando me llamó el Comisario del Pueblo para preguntarme cómo iban las cosas, por mi animación y mi cara satisfecha lo comprendió todo al instante.

 

- Bien, veo que todo está en orden... Hasta ha tenido tiempo de burocratizarse - bromeó aludiendo a la carpeta roja con la inscripción estampada Para informar al Comi­sario del Pueblo, que yo llevaba bajo el brazo.

 

Fue muy emocionante mi primer viaje a la oficina de diseños de Iliushin. Me esperaba el encuentro con mi maes­tro. ¿Cómo serian ahora nuestras relaciones? Pero, con gran placer para mí, no observe ningún cambio en el trato conmigo y nuestra entrevista transcurrió sin ningún emba­razo, con la misma sencillez de siempre.

 

Recorrimos los talleres y salas de la oficina de diseños donde antes yo había estado en distintas ocasiones con Serguei Iliushin y sólo las miradas curiosas a hurtadillas de los diseñadores y delineantes, interesados por verme en el papel de vice-comisario, me recordaron mi nueva situa­ción.

 

Iliushin me explicó de buen grado todo lo que yo le pregunte y tomó nota para cumplir las indicaciones del Comisario del Pueblo que yo le transmití.

Regrese al Comisariado de muy buen humor.

 

Al poco tiempo Shishkin y yo convocamos una reunión bastante amplia de los científicos y diseñadores más nota­bles para examinar las cuestiones a que debíamos dedicarnos en primer término.

 

Era la primera vez en mi vida que organizaba una reu­nión a un nivel tan elevado y empecé a preocuparme con varios días de anticipación. Mas, por lo visto, tiene razón el proverbio que dice: "No son dioses los que hacen pu­cheros". Todo resultó bien.

 

El trabajo en el Comisariado del Pueblo era interesante, pero muy difícil, pues hube de compaginarlo durante casi ocho años con mi labor de proyectista.

 

Ordinariamente, pasaba la primera mitad del día en la oficina de diseños y en la fábrica, y la otra mitad, hasta las dos o las tres de la madrugada, en el Comisariado.

 

Era un periodo de auge colosal de la industria aero­náutica en que el Partido y el Gobierno preparaban el rearme de toda nuestra aviación con novísimos tipos de aviones. Los dirigentes del Comisariado del Pueblo y de la Dirección General de Experimentación en particular esta­ban muy animados. La tarea seducía por lo grandioso y la novedad. La mayoría de nosotros habíamos sido llamados a trabajar en el Comisariado hacia poco y trabajábamos con gran entusiasmo.

 

El trabajo en el Comisariado del Pueblo tuve que empezarlo por la selección del personal dirigente de la Direc­ción General de Construcción Experimental de Aviones que tenia a mi cargo. De hecho hubo que organizar y com­pletar de nuevo esta Dirección y debo decir que en un plazo relativamente corto se consiguió atraer a trabajado­res muy competentes, grandes especialistas técnicos en su esfera, principalmente destacados ingenieros de las Fuerzas Aéreas. Pasaron a ser jefes de departamento en su mayoría generales del servicio técnico de ingeniería.

 

La Dirección General tenía a su cargo no sólo las ofi­cinas de diseños, sino también los institutos de investiga­ción científica, entre ellos el ICAH, donde existía enton­ces una situación deplorable. Daba la impresión de que los que llevaban todos los asuntos en este instituto, centro científico fundamental de nuestra aviación, no eran diri­gentes con conocimiento de la ciencia, sino administradores de poca monta. Los colaboradores científicos del Instituto habían sido privados de la libre comunicación entre los laboratorios. Habían convertido el sistema de pases en algo absurdo: hasta los diseñadores jefes para entrar en el ICAH tenían que encargar pase el día antes y sólo a través del jefe del Instituto.

 

Algunos colaboradores científicos no conocían en abso­luto la práctica ni habían visto en su vida un avión al natural. Se dedicaban en lo fundamental a preparar diser­taciones que nadie necesitaba y a ganarse un grado científico.

 

La ligazón del ICAH con las oficinas de diseño era mala, puramente formal. Era preciso poner orden con toda urgencia.

 

Para empezar celebramos una reunión de la administra­ción y de los activistas del Partido del ICAH en la que se presentó un informe sobre las tareas de la ciencia aeronáutica y el trabajo del Instituto y se habló franca­mente con los científicos de todos los problemas palpi­tantes.

 

Pero, aparte de eso era preciso imprimir un viraje al trabajo cotidiano. Había que pensar en una dirección firme y autorizada. Con este fin se nombró jefe del ICAH al general de aviación Iván Petrov, piloto militar y probador, licenciado de la Academia Militar de Ingenieros de Avia­ción, que había sido últimamente subjefe del Instituto de Investigación Científica de las Fuerzas Aéreas. Este hombre avanzado y enérgico, con una enorme experiencia de trabajo práctico en aviación y serios conocimientos de ingeniería, orientó firmemente las cosas en el sentido necesario y muy pronto se granjeó autoridad ante el personal del ICAH. Uno de sus primeros actos consistió en que los científicos conocieran prácticamente el avión, el aeródromo y los vuelos. Muchos científicos, entre ellos los académicos B. Yúriev y M. Keldish y los catedráticos V. Vetchinkin, Ostoslavski y G. Musiniánts, pese a las suposiciones de los escépticos, empezaron a visitar por las mañanas el aeró­dromo. Varios de ellos, por ejemplo, I. Ostoslavski y V. Vetchinkin, aprendieron a volar ellos mismos. Se facilitó al máximo el acceso de los diseñadores a los laboratorios del ICAH y el de los científicos a las oficinas de diseños. El ambiente mejoró de modo radical.

 

Para acercar el aparato de la Dirección General de Expe­rimentación a la vida y a los intereses profesionales de los institutos y oficinas de diseños, S. Shishkin, I. Petrov, N. Petrov, V. Polikovski y otros eminentes científicos y especialistas, jefes de los institutos de investigación fueron designados simultáneamente dirigentes de las principales secciones.

 

Un hecho importante de aquel tiempo fue la confección de la “Guía para los constructores”, especie de código en el que se exponían los fundamentos de la proyección, cons­trucción y prueba de aviones modernos. Los distintos apar­tados de la Guía fueron escritos por los sabios más insignes del país teniendo en cuenta los últimos adelantos de la ciencia aeronáutica.

 

Esta Guía era necesaria porque las oficinas de diseños no tenían un método único, cada cual trabajaba a su ma­nera y, por cierto, no siempre acertadamente. La única ley obligatoria para todos eran las normas de resistencia de los aviones. A esta ley se sometían todos. Pero no habían sido elaboradas otras cuestiones metodológicas y hasta el en­sayo de los aviones en el túnel aerodinámico lo efectuaba cada constructor a su modo. El proceso de proyección, construcción y prueba de aviones no estaba reglamentado y a menudo se trabajaba con métodos artesanos, lo que, al fin de cuentas, originaba grandes gastos de recursos mate­riales y fuerzas no siempre justificados.

 

Mientras existían en el país dos o tres oficinas de diseños nada más, y tan calificadas como las de Túpolev y Polikárpov, tal vez se podía prescindir del reglamento, aun­que también era útil para ellas la dirección única. Pero cuando surgieron muchas oficinas de proyección era incon­cebible trabajar sin un "código" metódico único. Todo esto se comprendió bien especialmente después de que, a conse­cuencia de los métodos artesanos y de la falta de organi­zación en el trabajo, en los años 1940 y 1941 varios nuevos aparatos sufrieron catástrofes en los vuelos de prueba.

 

“La Guía para los constructores”, enciclopedia de riquísimo contenido para el constructor de aviones, desempeñó un gran papel positivo en la organización del exacto tra­bajo de las oficinas de proyección experimental y fue un canal de vital importancia que iba de la ciencia a la prác­tica, a la producción.

 

EI Comisariado del Pueblo empezó a planear la activi­dad de las oficinas de diseños y de los institutos de investi­gación científica. Hubo que limpiar la temática de dichos institutos, desembarazándola de muchos temas innecesarios y carentes de interés y orientar la labor de los científicos hacia la solución de problemas trascendentes, tanto de índole actual como en perspectiva.

 

Se intensificó la construcción de nuevos túneles aerodi­námicos con altas velocidades de la corriente de aire y de gigantescos laboratorios de ensayos estáticos y dinámicos, donde todos los constructores pudieran comprobar la resisten­cia de sus aviones con fundamentos altamente científicos.

 

Se hacia todo lo necesario para que los constructores de aviones no trabajasen a ojo, sino sobre la base de las últimas investigaciones científicas. Se facilitaron a todos condiciones para la fecunda labor creativa.

 

Las medidas adoptadas daban rápidamente sus frutos. Pero no a todos les gustaban las innovaciones. Hubo des­contentos que empezaron a hacer llegar distintas "señales" y, hablando lisa y llanamente, a escribir insidias. Ciertos diseñadores se pusieron a explicar de muy buena gana sus reveses diciendo que "Yákovlev les cerraba todas las puer­tas". Uno de estos asuntos llegó hasta el Buró Político.

 

En el verano del año 1940 Shajurin y yo fuimos llama­dos al Kremlin. Cuando entramos en el despacho de Stalin, allí estaban reunidos. Casi todos los miembros del Buró Político se encontraban sentados a la larga mesa. Stalin salió a nuestro encuentro, nos saludó, después tomó de la mesa un documento y de píe, sin ofrecernos, como de cos­tumbre, asiento, empezó a leerlo en voz alta sin más expli­caciones.

 

A medida que leía me iba poniendo de peor humor. Era una carta de un diseñador en la que pedía que se le per­mitiese realizar un proyecto de avión suyo con características de combate muy elevadas. El diseñador escribía que no podía contar con el apoyo del Comisariado del Pueblo donde dirigía la construcción experimental de aviones Yákovlev que por ser constructor y por miedo a la compe­tencia no dejaría pasar su proyecto. Por eso apelaba direc­tamente al Comité Central.

 

Por último, el autor de la carta expresaba su sorpresa de que al frente de la construcción experimental de aviones estuviera un diseñador que no podía ser imparcial de nin­gún modo y que "coartaría" a los demás. Y terminaba su carta con la promesa de cumplir la tarea si le era enco­mendada y mostrar que el podía dar al país el mejor caza, el más veloz y el de más potente armamento.

 

El silencio era absoluto, todos los circunstantes escu­chaban con la mayor atención. Empezó a parecerme ya que los dirigentes del Partido no se habían reunido por casua­lidad.

 

Stalin terminó de leer y juntó las hojas con cuidado, sin prisa.

 

- Bien, ¿qué dice usted?

 

Estaba muy apesadumbrado, pero dije:

 

- Ese constructor no se ha dirigido a mí.

 

- Bien, ¿y si se hubiera dirigido?

 

- En tal caso habríamos examinado el proyecto y, de resultar bueno, habríamos propuesto al Gobierno construir el avión.

 

-¿Y qué le parece el proyecto, es bueno?

 

- Es difícil opinar porque no lo he visto. No se com­prende por qué el autor ha escrito directamente al Comité Central: yo, como prometí, trato de ser imparcial.

 

Shajurin también oía hablar por primera vez del proyecto y no pudo decir nada. Entonces Stalin declaró:

 

- Claro, en primer término tenía que haber hablado con ustedes. Sin haber hablado escribir una queja contra ustedes no está bien. No sé qué proyecto es ese, tal vez sea un buen avión o quizá sea malo, pero los datos son tentadores. Nos arriesgaremos, que lo construya. A propó­sito, ¿cuánto vendrá a costar un avión así?

 

- Creo que unos nueve o diez millones.

 

- Habrá que arriesgarse, son muy tentadoras sus pro­mesas. Es posible que el dinero se pierda inútilmente. ¿Que se le va a hacer? Cargare con el pecado. Y a ustedes les ruego que no le persigan por esta carta, ayúdenle a cons­truir el avión.

 

Di mi palabra de que tomaría todas las medidas para asegurar la construcción del avión. Lo mismo prometió el Comisario del Pueblo.

 

Resuelto el asunto, Stalin me dijo:

 

- A usted seguramente le desagrada que escriban tales cartas, pero yo me alegro. Por cierto que no es la primera. Lo malo sería que nadie se quejara. Eso significaría que usted quiere vivir en paz con todo el mundo a costa del Estado. No tema enemistarse cuando sea necesario para la causa. Es mejor que la amistad a costa del Estado. Porque no siempre los intereses personales del hombre coinciden con los del Estado. Además, usted es constructor, ha alcan­zado grandes éxitos, le envidian y le envidiarán mientras trabaje bien. No envidian únicamente a los que no tienen éxitos.

 

Yo estaba ya en el umbral cuando oí a mis espaldas:

 

- Y no persiga al constructor por la queja; que cons­truya, arriesgaremos esos millones, echare ese pecado sobre mi alma.

 

Por supuesto, se prestó el apoyo necesario al construc­tor. Lamentablemente, a pesar de los grandes gastos, el avión no le salió y se estrelló en el primer vuelo. Además, intentando salvar el aparato pereció Nikashin, uno de los mejores pilotos probadores del ejército.

 

Referiré otro episodio no tan trágico del periodo ini­cial de mi trabajo en el Comisariado del Pueblo.

 

Una vez la secretaria me entregó con el correo de la mañana un sobre y se echó a reír. ¿Qué le pasaba? Mire el sobre, tenía el membrete del periódico Izvestia, la direc­ción estaba escrita como correspondía, no veía nada que diera risa.

 

- Mire usted lo que trae dentro...

 

Saque un papel que tenía sujeto un recorte de periódi­co. Me escribía el conocido periodista E. Vilenski, enviado especial de Izvestia:

 

"Estimado camarada Yákovlev:

Hallándome en Bielorrusia Occidental encontré el periódico Russki golos en el que se comunica la ‘muerte’ de usted.

 

Le envío una copia de este suelto. Quizá le regocije. Está fechado el año 1939. Saludos, Vilenski, enviado especial de Izvestia".

 

En el recorte de periódico se decía:

 

"PORMENORES DEL ASESINATO DEL INGENIERO YAKOVLEV EN MOSCU (Por la Rusia Sovietica)

Los diarios londinenses publican nuevos pormenores del asesinato del conocido constructor soviético de aeroplanos de guerra Yákovlev en Moscú.

 

Según afirman los periódicos ingleses, Yákovlev gozaba no sólo de la fama de inteligente constructor de aeroplanos, sino también de la plena confianza de los dirigentes del Estado soviético. Yákovlev era llamado reiteradamente a presencia de Stalin quien examinaba largo tiempo con los distintos problemas relacionados con la aeronáutica. Yákovlev realizaba el principal trabajo en su casa donde guardaba los diseños de distintos mode­los de aeroplanos.

 

Hace unos días Yákovlev tenía que asistir a una reunión en el Comisariado del Pueblo de Defensa en la que debía mostrar los diseños de un aeroplano militar de último modelo. Sin em­bargo, Yákovlev no se presentó en esta reunión. Como era cono­cido por su puntualidad, prestaron atención a esta circunstancia y desde el Comisariado del Pueblo de Defensa intentaron comu­nicar con su domicilio. Como no respondía nadie, lo pusieron en conocimiento del Comisariado del Pueblo del Interior de donde vivía, acompañado de altos dirigentes del Comisariado, salió inmediatamente para la casa de Yákovlev. La puerta del domi­cilio de Yákovlev había sido fracturada y Yákovlev fue hallado muerto en el suelo de en habitación. Se le descubrió una herida causada con un objeto afilado, pero, según los médicos que prac­ticaron la autopsia, la muerte sobrevino por estrangulación.

 

Una suma bastante grande de dinero que había en el domi­cilio de Yákovlev no fue tocada. Desaparecieron únicamente todos los diseños, entre ellos los del nuevo aeroplano de guerra ideado por Yákovlev.

 

En Moscú no se duda de que el asesinato del ingeniero Yákovlev es obra del contraespionaje de un Estado extranjero interesado en el robo de los diseños de los últimos modelos soviéticos de aeroplanos".

 

Decidí enseñarle este suelto a Stalin como un caso cu­rioso cuando se ofreciera la oportunidad.

 

Esta ocasión no tardó en presentarse.

 

Stalin leyó el suelto atentamente y se sonrió:

 

- Hacen pasar el deseo por la realidad. Eso es lo que ellos quisieran.

 

Y después de una pausa, preguntó:

 

- ¿Tiene usted en casa caja de caudales?

 

- No, no la necesito. Yo en casa no trabajo en los planos y cálculos y se puede pensar sin caja de caudales.

 

- Tiene razón, los pensamientos no se guardan en cajas de caudales. ¿Y qué me dice de otros diseñadores, tampoco trabajan en casa?

 

- Todos nosotros tenemos excelentes condiciones en el trabajo y está asegurado el mantenimiento total del secreto.

 

- Eso está bien, hay que ser muy vigilantes, vivimos en una época... le hemos puesto una guardia a Degtia­riov, ingeniero constructor de armamento; llevaba todos sus secretos encima y trabajaba en casa. Se lo hemos pro­hibido... pero no se le va a poner una guardia a cada uno. Además, lo que ustedes hacen es otra cosa: un avión no es una pistola.

 

- Puede estar tranquilo: en las oficinas de diseños se guarda con toda seguridad el secreto de Estado - dije.

 

- De todas maneras, hable usted de este tema con los diseñadores. Yo se que entre ustedes hay gente despreocu­pada. No perjudicará que se hable una vez más.

 

- Conforme, camarada Stalin, reuniré a los diseñadores y hablare con ellos en nombre de usted...

 

- ¿Por qué en mi nombre? Usted mismo se lo dice.

 

Stalin me miró enojado:

 

- A muchos les gusta esconderse tras mis espaldas, para cada minucia se remiten a mí y no quieren asumir la responsabilidad. Usted es joven, aún no se ha estropeado y conoce el oficio. No tema actuar en nombre propio, go­zará de más autoridad y la gente le respetará.

 

Después de esta conversación hable con los diseñadores. Claro, ninguno de ellos -Lávochkin, Iliushin, Poli­kárpov ni nadie- trabajaba en casa. Una comprobación especialmente organizada de las reglas de mantenimiento del secreto en nuestras oficinas de diseños nos convenció una vez más de que este asunto estaba bien organizado.

 

La guerra aportó pruebas rotundas de ello. Muchos aviones nuestros fueron una sorpresa total para Alemania.

 

Los alemanes ni sospechaban que teníamos cazas como los MiG, Lávochkin y Yak y menos aún los aviones de asalto de Iliushin.

 

Las oficinas experimentales de construcción, los insti­tutos de investigación científica y las fábricas trabajaban con enorme tensión para montar cuanto antes la produc­ción en serie de nuevos modelos de aviones de combate y motores, que fueron construidos y probados en el transcurso del año 1940 y en el primer semestre de 1941: cazas MiG-3, LaGG-3, Yak-1 y Yak-7, aviones de asalto y de bom­bardeo IL-2, IL-4, Pe-2 y motores M-105, AM-38 y AM-39.

 

La introducción de nueva técnica obligó a reorganizar toda nuestra industria radiotécnica, la metalurgia de cali­dad, así como decenas y centenares de empresas de distin­tas ramas que cooperaban con la industria de aviación.

 

Porque una infinidad de fábricas y empresas de la industria soviética suministraban a la aviación distintos tipos de apa­ratos, subproductos, materiales metálicos y no metálicos y artículos como ruedas de aviación, neumáticos para ellas, etc. El incremento de la técnica aviadora determinó también un salto cualitativo en el desarrollo de una serie de ramas industriales del país.

 

Por consiguiente, la complejidad de la tarea estribaba no sólo en la ejecución de nuevos modelos de aviones, mo­tores, aparatos de todo género y nuevos materiales. Había que desplegar la producción masiva de toda esta técnica de aviación en su mayoría completamente nueva y a un nivel incomparablemente más alto que antes.

 

Merced a los esfuerzos enérgicos y concentrados en un corto espacio de tiempo, tan sólo en año y medio, nuestra aviación fue renovada en calidad. Ahora había que conse­guir cantidad.

 

Gracias a http://militera.lib.ru

El texto original en ruso se encuentra aqui

 

HR_LeNoir / HR_Ootoito / HR_Grainovich

 
 

 

 

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