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ALEKSANDR SERGEEVICH YAKOVLEV
 
"LA META DE MI VIDA"
 

 

AÑOS DE INFANCIA

 

Se acostumbra desde tiempos remotos a que los autores de memorias - lo mismo el escultor y joyero Ben­venuto Cellini, maestro de la época del Renacimiento, que nuestros contemporáneos, el general Alexei Ignátiev y el escritor Iliá Ehrenburg - comiencen sus recuerdos por los años de niñez y algunos, quizá la mayoría, estimen necesario exponer al lector incluso su árbol genealógico. Como yo me dispongo a escribir unas memorias, tampoco podré evitar el comienzo tradicional.

 

Pero, antes de decir que era mi abuelo y la influencia que pudo ejercer el género de sus ocupaciones sobre mi futura profesión de constructor de aviones voy a adelan­tarme un poco.

 

A mi me preguntan con frecuencia, verbalmente y por es­crito, cómo llegue a diseñador. A la aviación se Ilega por diversos caminos. En efecto, ingenieros aeronáuticos tan insignes como Túpolev e Iliushin, Mikoyán y Polikárpov son hombres diferentes, con distintas biografías y cada uno Ilegó a la aviación por su propio camino.

 

Tomemos, por ejemplo, a Andrei Túpolev, el más viejo de nuestros ingenieros aeronáuticos, cuyos aviones gozan de fama mundial. Procede de una familia intelectual media de provincias. Solamente en los últimos cursos de la Escuela Técnica Superior de Moscú, en el circulo de navegación aérea del profesor N. Zhukovski, celebre sabio ruso, "padre de la aviación rusa", manifestó Túpolev inclinaciones por la aviación y dotes de diseñador. Y al cabo de un tiempo relativamente corto era ya un constructor de aviones amplia­mente conocido.

 

Serguei Iliushin, creador del avión de asalto IL-2 - el famoso "tanque volante" - y de la aeronave de pasajeros IL-18, que ha visitado todos los confines del planeta.

 

Iliushin, hijo de un campesino pobre de Vólogda, no tuvo en su niñez la menor noción de los aviones. Vió el primero a los veinte años de edad, en el aeródromo de Petersburgo, cuando lo Ilamaron al servicio militar.

 

El padre de Nikolái Polikárpov, conocidísimo construc­tor de aviones, era sacerdote. En la ciudad de Oriol, donde nació, fue colocado un busto de bronce del Héroe del Tra­bajo Socialista Polikárpov, iniciador de la aviación de caza soviética y constructor del avión U-2 (Po-2), avión que se cubrió de gloria durante la Guerra Patria.

 

Artiom Mikoyán, creador de los MiG, los poderosos cazas a chorro, pasó su infancia y sus años juveniles en un apar­tado pueblecito de Transcaucasia donde por aquel tiempo no tenían ni idea de la aviación. Mikoyán estudió en la Aca­demia Militar de Aviación y la terminó en 1936 cuando tenia ya cerca de treinta años. Hoy su nombre es conocido en todo el mundo de la aeronáutica.

 

Creo que es suficiente este breve conocimiento de los representantes más destacados de nuestra profesión para ver que todos son absolutamente diferentes por el origen, como son también diferentes y no se parecen las rutas que los llevaron a sus grandes realizaciones en la ingeniería.

 

Aparentemente son hombres y vidas dispares, pero les unen cualidades comunes: inquebrantable voluntad y tena­cidad en el logro del objetivo propuesto, gran talento de organizador de una colectividad de trabajo formada por infinidad de diseñadores, investigadores y obreros, conciencia de la elevada responsabilidad ante la Patria por su trabajo, aptitud para dedicarse por entero al menester amado y para trabajar, trabajar y una vez más trabajar sin reparar en nada y sin darse punto de reposo toda la vida. Por último, cada artífice de lo nuevo debe poseer sin falta dotes naturales. EI talento de diseñador puede definirse como la suma de todas estas cualidades que, dicho sea de paso, no suelen darse con frecuencia en una sola persona.

 

Y ahora unas palabras acerca de mi genealogía.

 

Yo no pude heredar de mis antepasados la vocación de ingeniero constructor: no se dedicaron ni podían dedicarse a construir aviones. Entonces no existía aun no ya el avión, sino ni siquiera el automóvil.

 

Descubrí entre los papeles de mi difunto padre, Serguei Yákovlev, un curioso documento, escrito en una hoja de papel amarillento, con la tinta descolorida de los años y un gran sello de lacre en un ángulo:

 

CERTIFICADO:

 

Extendido en la parroquia del Pueblo Spasski, enclavado en el Volga, comarca de Rybinsk, provincia de Yaroalavl. En el año mil ochocientos dieciocho (1818), mes de Abril, día 25, en la aldea de Poltinina, heredad del Conde Dmitriev-Mámonov, nació Afanasi, hijo de Jarlampei Nikoláev (de apellido Yákovlev). Fue padrino en el bautizo Iván Egórov, campesino de la misma al­dea y heredad. El mencionado Afanasi Jarlámpiev (Yákovlev)Afanasi, hijo de Jarlampei Nikoláev (de apellido Yákovlev). El mencionado Afanasi Jarlámpiev (Yákovlev) desposó en mil ochocientos treinta y siete (1837), mes de Junio, día 9, en la Iglesia de Spasovólgskaya, en primeras nupcias con Alexandra Filipova (de nacimiento Baskákova), señorita acomo­dada de Moscú. Esta última nació en el año mil ochocientos die­cisiete (1817), mes de Marzo, día 7, hija de Filip Kirilov (Bas­kákov), campeaino de la Aldea de Jlebnikov, del Pueblo de Spasski. Su madrina en el bautizo fue Jristina Danilova, casada con Pável Kirilov, campeaino del mismo pueblo. Todos estos datos han sido tomados en los Registros de nacimientos que se guardan en la Iglesia, de la exactitud de lo cual doy fe estam­pando el sello de la Iglesia del Pueblo Spasski, enclavado en el Volga, el Sacerdote Piotr Vasiliev Rázumov. 6 de Agosto de 1843".

 

Este documento me permitió establecer con absoluta exactitud no sólo mi genealogía a partir de mi bisabuelo, el campesino siervo Afanasi Jarlámpievich Yákovlev, sino también los lugares natales de mis antepasados, a orillas del Volga, en el centro mismo de Rusia.

 

Recuerdo bien a mi abuelo, Vasili Afanásievich: yo era su nieto predilecto. En su juventud mi abuelo tenia cerca de Ilinskie Vorota, en Moscú, una tienda de cirios. Poseía la contrata para el alumbrado de las arañas del Gran Teatro (entonces en Moscú no había aún electricidad).

 

Mi padre, al terminar la Escuela de Comercio Alejan­drina, de Moscú, prestó sus servicios en la firma petrolera "Sociedad de los hermanos Nobel", que, después de la na­cionalización en 1918, pasó a ser la Oficina Moscovita del Sindicato del Petróleo. Allí trabajó mi padre como jefe de la sección de transporte hasta los últimos días de su vida.

 

Mi madre - Nina Vladimirovna - me inculcó desde los primeros años que seria ingeniero. No se de dónde lo saca­ría, pero, como mostró el porvenir, no se equivocó. Tal vez reparase en que, siendo muy pequeño todavía, yo manifestaba el mayor interés por la técnica de todas clases. Por ejemplo, podía pasarme horas enteras mirando como tra­bajaban los afiladores, que entonces iban por las callejuelas moscovitas cargados con su primitiva máquina lanzando gritos estridentes:

 

-¡Afilo cuchillos, tijeras, navajas de afeitar!

 

O tal vez mi madre viera las inclinaciones de ingeniero de su hijo mayor en que destripaba sin compasión los jugue­tes - locomotoras, vagones, tranvías y automóviles de cuer­da - para mirar cómo estaban hechos por dentro.

 

Atornillar y destornillar era mi pasión. Los destornilla­dores, alicates y tenacillas eran objetos de mi codicia infantil. El colmo del placer para mi consistía en dar vueltas a la chicharra de la barrena.

 

A los cinco años vi por primera vez un aeroplano, pero este conocimiento no dejó la menor huella en el alma del futuro diseñador.

 

Cuando cumplí nueve años llegó el momento de ingresar en la escuela. Mis padres resolvieron llevarme al Liceo Nacio­nal N° 11, de Moscú. Para entrar en la clase preparatoria tenía que examinarme de Aritmética, Gramática y Religión. Saque dos sobresalientes y un notable. Al parecer, todo había salido bien, pero no me admitieron: tenia que haber conseguido sobresaliente en las tres asignaturas. Con notable e incluso aprobado no admitían más que a hijos de nobles y de funcionarios del Estado.

Me llevaron a un liceo privado en el que las reglas de admisión no eran tan rígidas. Me examiné allí y me admi­tieron con las mismas notas.

 

El conjunto de alumnos era homogéneo en lo esencial: lo componían hijos de intelectuales medios. Estudiábamos también medianamente, entre nosotros no había niños pro­digio, pero tampoco los había demasiado atrasados. Es ver­dad que, como en todas partes, cada clase tenia sus últimos bancos, que nosotros llamábamos "la Kamchatka", y sus haraganes. En los últimos bancos solían sentarse los peores alumnos. Los que repetían el curso, cosa rara en nuestro liceo, también se sentaban en uno de los últimos bancos. En los primeros estaban los que tenían mejor aprovecha­miento y conducta. Por eso los de "la Kamchatka" trataban siempre con cierta frialdad y desprecio a los de las primeras filas.

 

Cuando hicieron el liceo escuela soviética, lo unieron con una escuela de niñas.

 

Los nueve años que asistí a la escuela estudie muy a gusto. Y, cosa que hoy me parece extraña, mis asignaturas predilectas eran la Historia, Geografía y Literatura en lugar de Matemáticas, Física y Química, que cuadraban más con el carácter de mi futura profesión. En las tres primeras dis­ciplinas mencionadas siempre sacaba sobresaliente, mientras que en las otras solía tener notable. Una temporada fui re­dactor de la revista histórico-literaria de los alumnos y forme parte del círculo dramático. Sin embargo, siempre manifesté profundo interés por la técnica. Me aficioné a los ejercicios primero en un circulo de radio, luego en otro de aviomode­lismo y, por último, en otro circulo de planerismo.

 

Merece señalarse que ya en los años escolares las incli­naciones de cada uno de nosotros, hábilmente encauzadas por los educadores, casi predeterminaron nuestra futura profesión.

 

El año 1917 rompió la monotonía de la vida del liceo y, aunque no en seguida, colocó la escuela sobre nuevos cauces.

 

Recuerdo la gran impresión que causó a mis padres el derrocamiento del zarismo. Mi padre no era un líder político, pero en casa se hablaba constantemente de política en rela­ción con la guerra y con las derrotas en el frente.

 

Entonces estábamos suscritos a los periódicos Russkie vedomosti y Moskovski listok.

El 28 de febrero (según el antiguo calendario) de 1917, día del derrocamiento del zar, los periódicos no salieron. Al día siguiente en Moscú tampoco apareció ningún perió­dico. La ciudad estaba llena de rumores. La gente se echó a las calles y plazas con la esperanza de enterarse de algo.

 

Contaban que el 28 de febrero, bajo la influencia de los rumores sobre los acontecimientos de Petrogrado, por el día se habían congregado frente a la Duma urbana (hoy Museo de Lenin), en la Plaza de la Resurrección (Plaza de la Re­volución) decenas de miles de personas, entre ellas muchos soldados. La policía no pudo dominar a la multitud.

 

Al día siguiente fuimos un grupo de liceístas al bulevar de Tver y Ojotni Riad. En las calles había muchos soldados. A cada paso se celebraban mitines. Automóviles con bande­ras rojas desplegadas. En los automóviles iban oficiales con los sables desenvainados y soldados con lazos rojos en el pecho.

 

Colgaron banderas rojas en los monumentos a Pushkin, en la Plaza Strastnaya, y a Skóbelev, en el bulevar de Tver.

 

Naturalmente, la caída de la autocracia se reflejó tambiénn en la vida escolar. Los maestros discutían, asistían a reuniones. En los liceos se formaban comités de padres. En marzo tuvo lugar una asamblea de comités de padres de los liceos moscovitas en la que se decidió organizar la Unión de Comités de Padres. Eligieron presidente al abogado Ma­linin, dirigente del comité de padres de mi liceo, progenitor de un liceísta.

Mitineaban los maestros, mitineaban los padres y mi­tineaban los alumnos. Durante algún tiempo dejamos de estudiar.

 

Toda la primavera se pasó entre reuniones y mítines. En el verano la vida se estabilizó aparentemente. Sin embargo, se percibía que la revolución no se había detenido. Grandes masas humanas, comprendidas las que no había mucho parecían inertes, eran arrastradas al torbellino de la vida polí­tica. En pocos meses - de la Revolución de Febrero a la Revolución de Octubre - maduramos también los liceístas.

 

De los acontecimientos del verano y el otoño del año diecisiete se me grabaron en la memoria las agitaciones y huelgas de protesta contra la guerra y el hambre.

 

Los periódicos Russkie vedomosti y Moskovski listok, de febrero a noviembre de 1917, cuidadosamente guardados por mi madre y hoy ya amarillentos, me ayudaron a restablecer en la memoria algunos pormenores de la vida moscovita de aquel periodo.

 

Yo tenia doce años nada más. Y las impresiones de aque­llos históricos días se limitaban para mi al círculo de la familia, a las conversaciones que se sostenían en casa y a la percepción puramente externa de la vida de la calle y de la escuela. Por eso mis recuerdos tienen un carácter un tanto caótico, pero transmiten sinceramente el ambiente del medio que me rodeaba.

 

El 25 de octubre (7 de noviembre del nuevo calendario), cuando en Petrogrado se consumaba la Revolución de Octu­bre, en Moscú la vida seguía su curso habitual.

 

Poco a poco se fue restableciendo la normalidad. Comen­zaron las clases en las escuelas. Para gran alegría de todos los alumnos, introdujeron las nuevas reglas de ortografía.

 

Gracias a http://militera.lib.ru

El texto original en ruso se encuentra aqui

 

HR_LeNoir / HR_Ootoito / HR_Grainovich

 
 

 

 

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